jueves, 27 de febrero de 2014

"PELUCAS", un corto de José Manuel Serrano Cueto




Cuando uno lee u oye decir, a quien ha sobrevivido a un ser querido, cosas parecidas a aquello de “espero que estés bien allá arriba”, “se que me estarás viendo y queriendo desde el cielo”, o cosas similares, me pregunto –pregunta retórica, pues tengo clara la respuesta– si alguien ateo perdido o ateo guerrillero, como me gusta definirme, diría o pensaría cosas así. No sé si quien dice o tiene pensamientos parecidos es consciente de que, quizás, su forma de enfocar el asunto no es más que simplemente una forma de decir que el ser querido fallecido, perdido para la eternidad en todos los sentidos desde el punto de vista del difunto, sin embargo siempre estará presente de algún modo –¿vivo?– en quienes le sobrevivimos, y sólo mientras sobrevivamos; que siempre nos acompañará con su recuerdo, con los bienes materiales que le pertenecieron, con los hijos en común, que, en ese caso sí, son una parte física de quien ya se fue. Y, efectivamente, estoy seguro de ello, si tengo la desgracia o la fortuna de sobrevivir a quienes tanto quiero, sé que nunca les olvidaré, por mucho que sea el dolor en el principio de esa nueva relación que vaya a tener con ellos; o siendo coherente conmigo mismo, con mis recuerdos. Luego siempre quedará el amor.

En el caso de enfermedades como el cáncer, que te permiten un período de reflexión sobre el asunto antes de un desenlace final que en ese caso nunca es inesperado, el sentimiento antes descrito se anticipa, y siempre, como desgraciada compensación, quien, con seguridad o sin ella, pueda -en el peor de los casos- tener su destino en un fallecimiento prematuro será capaz de disfrutar de todo lo que le podamos o queramos aportar, ayudar o demostrar en esos últimos días.

José Manuel Serrano Cueto ha sabido dejar en los planos de su corto “Pelucas” un registro, meticuloso por lo concreto, sentido por lo particularizado y elegante por su falta de exhibicionismo, de esa historia de amor renovado en que se convierte un drama como el que, por desgracia, él mismo ha sentido en sus propias carnes. Y esto no es una frase hecha; cuando alguien, que es tan cercano a ti, se ha introducido tanto en tu cuerpo y en tu mente como un hijo o una pareja –"dos que duermen en un mismo colchón se vuelven de la misma condición", que se dice con buen tino– sus padeceres, sus pérdidas y sus tribulaciones se convierten en las tuyas, y la desaparición de esa persona es como la desaparición de parte de uno mismo, con el consuelo o la penuria de que otras partes quedan en este mundo para llorar su pérdida. Tan ambigua, desconcertante y contradictoria parece esa sensación que uno quiere imaginar como un acercamiento virtual a la locura.

Uno, acostumbrado a ver cortos de toda condición, no puede más que sorprenderse y maravillarse de la calidad que son capaces de aportar actores profesionales bien dirigidos, a diferencia de talentosos y esforzados aspirantes que todavía no las tienen todas consigo. En eso “Pelucas” señala el valor fundamental de unos actores ya no se si decir buenos pero sí verdaderos interpretes, capaces de articular los mecanismos de un arte que ya dominan con soltura, como demuestran Lola Marceli y Cuca Escribano.

José Manuel, puesto su objetivo en el corto en sí mismo como vehículo de expresión de una idea, desaparece tras la cámara, se escabulle de esa tentación que tan comprensible y tan lícita hubiera sido en alguien que consigue llevar a buen puerto sus primeros trabajos en la pantalla –por pequeña que ésta sea– y difumina voluntariamente la arquitectura de su labor de dirección para dejar todo el protagonismo, nunca mejor dicho, en las dos actrices que soportan todo el peso de un drama expuesto sin aspavientos, sufrido incluso con la utilización de unos agresivos primeros planos que nos hacen ver el cansado fondo de los ojos de María Fornell, el personaje a quien da vida Marceli.

Pero the show must go on,  y Serrano Cueto elige en el final que delimitan los títulos de crédito un doble mensaje, nunca contradictorio. Por un lado el acompañamiento musical de la recreación de un cóctel post entrega de premios se torna alegre, disímil de lo escuchado minutos antes; pero también hay como colofón un recuerdo privado de José Manuel para quien siempre será su compañera y la madre de sus hijos. La combinación perfecta: el recuerdo, sí, pero, cuando el tiempo lo permita, si no desde la alegría, al menos desde la paz. 

                                                                                       
 Juan Andrés Pedrero Santos