Un blog de Juan Andrés Pedrero Santos donde hablar sobre cine y otras cosas.
domingo, 24 de febrero de 2013
"SCIFIWORLD MAGAZINE" nº 59
La revista cambia este mes de fecha de salida, que estará a la venta justo sobre final de mes. Mi aportación en este número, como siempre en la sección LA MAQUINA DEL TIEMPO, está dedicada a "Los viajeros de la noche" (Near Dark, 1987), dirigida por una señorita que quizás, en la noche en que esto se escribe se lleve algún Oscar: Kathryn Bigelow . Yo espero que no, pues me parece, sobre todo en su cinta candidata para este año, que está tremendamente sobrevalorada. No obstante, en el caso de la cinta a quien dedico el artículo de la revista, aun con sus peros, hace una película muy interesante y digna de ver.
viernes, 8 de febrero de 2013
"CONTRA EL TIEMPO", de José Manuel Serrano Cueto: ¡A POR EL GOYA!
La película documental de mi amigo y colega José Manuel Serrano Cueto, nominada al Goya, espera ansiosa el resultado de las votaciones que se dará a conocer en unos días. Pocas veces me he sentido tan ilusionado por el posible premio de un amigo como en este caso. Por eso le deseo desde aquí lo mejor; a él, a su mujer y a sus dos hijos. Se que se encuentran como en una nube, en un sueño. ¿Y si el sueño se hace realidad? El premio ya no de la nominación, que ya es mucho, muchísimo, sino el de haber dirigido una película, por modesta que sea, ya lo tiene. Esperemos que no sea el último.
¡Ánimo Jose! A por ellos y a disfrutarlo, estoy contigo.
Dejó a continuación la reseña que publiqué en la revista SCIFIWORLD MAGAZINE; y no es amor de amigo...
CONTRA EL TIEMPO, Un documental de José Manuel Serrano Cueto.
Aunque se trata de un proyecto que en sus orígenes barajaba
mayores pretensiones de las que finalmente tuvo –se truncaron las expectativas por la crisis
económica en que nos vemos inmersos ya desde hace unos años–, la falta de la
financiación inicialmente esperada lastró pero no frustró las ilusiones que
tanto su director, José Manuel Serrano Cueto, como su productor, Carlos
Taillefer (Utopía Films, S.L.), habían puesto en este ameno documental.
El empeño primigenio de ambos era recordar y rendir homenaje
a una serie de actores secundarios que, en la mayoría de los casos, tuvieron su
particular momento de gloria al trabajar en algunas de aquellas películas de
género (western y terror, sobre todo)
que se rodaron en España en las décadas de los sesenta y setenta en régimen de
coproducción; aunque el caso de García Rimada, recientemente fallecido, fue
algo más tardío. Eso lo han logrado. No se trata tanto de realizar un homenaje
a aquel tipo de cine –que también– como de servir de tributo a unos nombres y a
unos rostros muy concretos pero que no dejan de ser la representación de un
colectivo mucho mayor. Nombres como los de Ricardo Palacios, Antonio Mayans,
Fernando García Rimada, Lone Fleming, Mabel Escaño, Carlos Bravo y Aldo
Sambrell –éste último de modo diferente a los otros– se pasean por la pantalla
contando sus recuerdos, sus experiencias y, de algún modo, la transformación
que sufrieron sus vidas tras aquellos años de trabajo. Serrano Cueto dramatiza
el enlace de unas entrevistas con otras utilizando al joven actor Antonio Mora
–“La caja 507” (2002, Enrique Urbizu), “Celda 211” (2009, Daniel Monzón),
“También la lluvia” (2011, Icíar Bollaín), “Silencio en la nieve” (2011,
Gerardo Herrero)– como hilo conductor, siendo éste quien busca y se encuentra
con los diversos actores en localizaciones de Madrid y Málaga.
Es más un retrato humano que cinematográfico; en realidad
no importan quienes sean esos rostros que hablan del pasado, el director no
pone mucho empeño en contextualizar gráficamente aquellos buenos y viejos
tiempos –sólo unas pocas fotografías antiguas ilustran ese punto de vista–,
sino que se entrega a la tarea de retratar a esas personas como testigos vivos
del paso del tiempo. Sobre todo el metraje sobrevuela un aire melancólico pero
no complaciente. Los viejos logros se recuerdan con añoranza, pero también se
muestra un optimismo y una conformidad con el presente. Constantemente flota en
el ambiente lo implacable del paso del tiempo –el título del documental no pudo
ser más significativo–, todo aquello que significa para la evolución (o
involución) de la vida de una persona. Se recorren así en toda su extensión las
arrugas marcadas por el cansancio, por la vejez o por la tristeza de todos
aquellos actores que un día vivieron un sueño, y que hoy –en el mejor de los
casos, que no es el más numeroso– disfrutan de una cierta tranquilidad. En
realidad esos actores se utilizan como una excusa para representar un paisaje
mucho más universal y que al final a todos nos tocará vivir.
Emotivo, sereno y clarificador documental (muy bien
acompañado de una pertinente música de Dolores Serrano Cueto) que merece más
apoyo y mejor suerte de la que una distribución menesterosa será capaz de
regalarle.
Juan Andrés Pedrero Santos
sábado, 2 de febrero de 2013
"EL AÑO PASADO EN MARIENBAD" (1961, Alain Resnais)
Para centrarnos,
partamos de la idea de que todo el cine es fantástico desde el momento en que materializa
en imágenes una ficción; pero no todo el cine es Cine Fantástico. No solo las
historias de hombrecillos de Marte, de vampiros, de monstruos antediluvianos,
de batallas espaciales, de fantasmas o de casas encantadas –por citar algunas temáticas
recurrentes– conforman la nómina de elementos que son generalmente aceptados
como propios de esa parcela genérica. La adscripción al género también viene
dada por el tratamiento formal de cualquier materia o historia, que si es narrada
cinematográficamente de un modo que se aleja del naturalismo, de lo
convencional, acercándose a lo irreal, a lo sugerente, a lo anómalo, a lo
ambiguo o a lo imposible, puede verse abocada a asimilarse como propia de esos
terrenos nebulosos y relativamente indefinidos de lo fantástico. Por mucho que
el significante esté representando por algo aparentemente de lo más trivial, su
significado, a partir de una especial plasmación en imágenes, puede adquirir
esa connotación. En ese punto se encuentra “El año pasado en Marienbad”.
Difícil es ya de
entrada intentar describir el significado de “El año pasado en Marienbad”, pues
no parece existir ninguna intención por parte de su director –Alain Resnais– de
evidenciarlo. Al contrario, más bien se esfuerza mucho en dispersar, en
disfrazar, en encriptar, e incluso –en última instancia– en anular cualquier posible
sentido al alcance de lo racional. Posiblemente ni siquiera existe ningún
significado, quizás lo único que pretende es un juego con las emociones;
aunque, para ser eso, destaca precisamente por una evidente asepsia en su tono.
¿Quiénes son todos esos impasibles personajes que aparecen en la cinta de
Resnais?, ¿son muertos, vivos, fantasmas, sueños o pesadillas? La respuesta:
cualquiera de ellas o todas a la vez; o incluso ninguna de las citadas. De tal
calibre es la incógnita que se nos presenta; algo que hará las delicias de esos
cinéfilos, críticos o simplemente aficionados al cine a quien les pesa tanto la
intelectualidad mal entendida que no son capaces de discernir entre la pose y
lo genuino, entre el bodrio y el entretenimiento. Aunque “El año pasado en
Marienbad” inicia con soltura tan funesto camino de confusión, tampoco pienso
que deba atribuírsele el llegar hasta esos límites, pero ay ay... Tal vez va
siendo hora de defenestrar ciertos mitos o falsos iconos; tal vez.
No en vano,
cuando una vez terminado su montaje se presentó a los distribuidores, estos no
la quisieron estrenar. Comenzó así su periplo en pases privados para diversas
personalidades de la cultura francesa, gustando a unos más que a otros. Sólo
cuando la película ganó el León de Oro en el Festival de Venecia de 1961 vio la
puerta abierta a una distribución comercial.
1.- Defender una sinopsis de la película supone a todas luces una
actividad de alto riesgo. Pero vamos a intentarlo, al menos desde un punto de
vista impresionista y convencional, literal. La acción se sitúa en lo que
parece ser un hotel de lujo o establecimiento similar, cuyos huéspedes son
mostrados de una forma anómala. Tres personajes (dos hombres y una mujer)
acaparan los diálogos y ocupan los escenarios. La delirante repetición de la
voz en off y de ciertas situaciones
nos deja intuir que existe cierto problema de infidelidad, seguramente no
carnal, más bien aparenta emocional. La insistencia de uno de esos hombres en
reclamar a la mujer que le acompañe y que deje al tercero en discordia, su
marido, es la escueta línea argumental que podemos encontrar. No hay más. El
resto son fuegos de artificio, sorprendentes los primeros quince minutos, pero
que a partir de ahí pierden fuelle y consiguen agotar. Todo ese nimio contenido
argumental se intuye más como una excusa –que pudiera haber sido intercambiable
por cualquier otra– con la que Resnais pone en marcha un experimento fílmico no
exento de pretenciosidad. Acogiéndose a esta línea, algunos han tildado a “El
año pasado en Marienbad”, directamente, de tomadura de pelo. Los años sesenta
fueron tiempos de cambio y experimentación en muchos aspectos de la sociedad
occidental (la guerra de Vietnam, la Nouvelle Vague, la revolución cubana, el
movimiento por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, mayo del
68,...), y el cine fue uno más de ellos, siendo esta cinta un producto de aquel
contexto.
2.- El
experimento que supone “El año pasado en Marienbad” es eminentemente narrativo.
Comienza con unos parsimoniosos y bellos travellings (muy recurrentes en su
autor) que muestran la suntuosa decoración del lugar, sus lámparas, sus
pasillos, sus habitantes,... Todo en un principio aparenta fascinante. Más
tarde, el descubrimiento de la vacuidad que entraña la película, a fuerza de
insistir sobre un mismo concepto creativo –válido para un cortometraje, quizás
soportable para un mediometraje–, se torna insufrible y excesivo durante 94
minutos, pues nada hace avanzar lo limitadísimo de su ¿argumento?. ¿Que el
objetivo de Resnais no era contar una
historia, sino transmitir unas sensaciones? Pues digamos entonces que la
sensación que transmite, una vez pasado el impacto inicial, es algo muy cercano
al tedio.
Cierto es que
Resnais, en un primer momento, consigue atraparnos con la belleza de sus
imágenes, con la linealidad y limpieza de sus encuadres, con sus composiciones
geométricas, con sus movimientos de cámara, con la pictórica planificación de
algunos exteriores y con el misterio que aflora de la forma en que muestra a los
personajes. Pero todo acaba siendo un espejismo. La sugerencia se convierte aquí
en un fin y no en un medio, perdiendo de ese modo su función; lo que delata un
afán exhibicionista y una pretenciosidad desbocada. Al final todo se resume en
un truco de ilusionista con ánimo de epatar. La relación de la película con el
espectador abandona ese objetivo tan tradicional que es el de contarle una
historia, para –en cambio– jugar con él al escondite. También abandona –lo cual
es muchísimo peor– la todavía más tradicional y esencial meta del cine y de
cualquier arte popular: entretener. Aquí, pasada como he dicho la sorpresa
inicial, sólo se consigue el hartazgo. Esa desunión respecto al lícito,
necesario y, ¿por qué no?, suficiente objetivo de entretener bien pudiera ser
una declaración de intenciones de Resnais, quien parece enfrentarse al cine desde
un punto de vista tan radical como eminentemente intelectual, alejado de las
verdaderas emociones y encapsulado en el mundo de los conceptos –el resto de la
filmografía de Resnais que conozco no contradice en nada esta opinión–. Hace
así una película para las minorías entre las minorías, nada defendible –e
incluso reprochable– desde ese sentido de lo popular que, aun revolucionándolo,
siempre asumieron y practicaron algunos de sus compañeros de generación y
nacionalidad (Truffaut, Godard, Rohmer,...). Se amarra así a un discurso muy
alejado de lo convencional; lo cual es sin duda estimulante y de agradecer,
pero con el handicap de no tener en cuenta (o, habiéndolo tenido, mostrando
desprecio por ello) que el cine es un arte íntimamente unido al tiempo, al paso
de los minutos. No se trata de un arte estático como la pintura o la escultura
–ajeno por tanto a la muy particular dimensión que le aporta el elemento “tiempo”–,
por lo que las carencias relacionadas con el ritmo penalizan sobremanera
cualquier abuso. Una de las principales preocupaciones del francés, además del
cuestionamiento de la relación de pareja, parece rondar en torno precisamente a
ese intento de romper el tiempo fílmico tradicional hacia una forma de
asimilación del modo en que percibe el tiempo la memoria. Algo sin duda muy
peligroso cuando se trata del Séptimo Arte, pues choca frontalmente con la esencia
misma de uno de sus principales soportes narrativos.
3.- Tanto los fantasmagóricos huéspedes como el propio lugar y
los movimientos de cámara que Resnais utiliza para mostrárnoslos recuerdan al
Kubrick de “El resplandor” (The Shining, 1980) y a su hotel Overlöok. Allí
existía una ambigüedad que aportaba atmósfera a la historia; pero en este caso
no existe tal historia, tan solo hay exhibicionismo y/o un más que discutible
intento de experimentación narrativa.
Si tal cosa
tenía cierto protagonismo dentro de la intención del director francés, la sensación
de claustrofobia, de encierro, que desprende en alguna medida la situación que
parecen vivir los personajes de “El año
pasado en Marienbad” –encerrados en el tiempo además de en Marienbad– tiene un
nexo de unión con su contemporánea “El
ángel exterminador” (1962), de Luis
Buñuel, quien curiosamente había declarado que “a veces he lamentado haber rodado en México “El ángel exterminador”. Lo
imaginaba más bien en París o en Londres, con actores europeos y un cierto lujo
en el vestuario y los accesorios”[1]. Buñuel
atinaba con su intento de metáfora desasosegante; Resnais opta en cambio por
una inclasificable abstracción, cuyo posible/supuesto significado es de difícil
visibilidad.
Los juegos que
Michael Haneke se permitía en “Funny Games” (Funny Games, 2007), rompiendo los
convencionalismos narrativos asumidos frente al espectador (la ruptura de la cuarta pared para que el personaje se
comunique directamente con el público), o que Mario Bava utilizaba como
anécdota en “Operazione Paura” (1966) (la persecución de un personaje
traspasando a la carrera puerta tras puerta, hasta alcanzarse a sí mismo en una
prodigiosa idea visual que constituía toda una fractura espacio-temporal dentro
de ámbito fílmico) constituyen ejemplos similares en cuanto al desconcierto que
generan algunos momentos de “El año pasado en Marienbad”.
En los casos
anteriores prima lo anecdótico, pero en la película de Resnais lo anecdótico se
convierte en generalidad. Con todo –y como ya había hecho en la interesante y algo
más convencional, pero a la postre igualmente reiterativa, “Hiroshima mon
amour” (1959) y en el espectacular bodrio que es “Te amo, te amo” (Je t´aime,
je t´aime, 1968)–, Resnais trata de dislocar el sentido del tiempo gracias al
montaje, creando una especie de bucle donde la idea literal del argumento
(cualquiera que sea la que su autor haya pretendido) es repetida una y otra
vez, simplemente con cambios en el vestuario de los personajes, en el punto de
vista de la cámara o en el lugar físico donde se desarrolla la acción. Como coartada
para su función experimental está bien, como modelo de renovación de la formas
de narrar es un intento estimable, pero aburre tanta insistencia sobre lo
mismo, sin suficiente anchura y empaque en su discurso, no terminando de llegar
a ningún lado.
No parece éste
(el de Resnais) un camino fértil si se quiere ir más allá de la anécdota. Un
traje elegante no es nada si no tiene un cuerpo que vestir; no es más que algo
que contemplar en un escaparate. Pero para gustos los colores, que se dice, y
el prestigio de “El año pasado en Marienbad”, justo o injusto, ahí está.
Juan Andrés Pedrero Santos
(Publicado originalmente en la revista SCIFIWORLD MAGAZINE)