En 2009 Víctor Matellano publicó
un librito titulado “SPANISH HORROR” (T&B Editores), a cuya presentación en
el Museo de Cera de Madrid acudí, por cierto, y donde el recordado Paul Naschy se sentaba al lado de
Víctor como maestro de ceremonias, rodeado de todas esas figuras de monstruos
clásicos que presiden la sala dedicada al terror del citado establecimiento. El
objetivo del volumen era y es hacer un repaso rápido, somero y didáctico a lo
que fue la época dorada del cine de terror español durante el período 1967-1976,
por poner unas fechas de referencia. Ahora, una vez que la carrera de Víctor anda
discurriendo más en la realización de películas y documentales que en la
escritura –seguramente un sueño cumplido y deseado desde siempre–, estrena un
documental basado en el mismo concepto que aquel libro representaba y en el que
reconoce estar basado, pero ahora, aprovechando el distinto medio, dando voz a
los propios protagonistas o a quienes muy bien pueden hablar de aquella época,
a la que les une profesión, época, afición o pasión. Así asistimos a una serie
de testimonios de Joe Dante, Jorge Grau, Paul
Naschy, José Ramón Larraz, José Luís Alemán, Ángel Agudo,
Lone Fleming, Jack Taylor, Antonio Mayans, Carlos Aguilar, Eugenio Martín,
Colin Arthur,… en los que cada uno, desde su particular punto de vista, de
acuerdo a sus más personales vivencias, configuran un relato de aquellos
tiempos que no sabe esconder la añoranza que para todos representa su recuerdo,
último eslabón de un camino trufado de tantos éxitos comerciales y personales,
también de algunos fracasos, pero siempre como un momento de obligada presencia
y mayor importancia de la que hasta hace poco se le reconoció en la historia
del cine de nuestro país. Las intermitentes apariciones de los citados van
siendo ilustradas con imágenes de películas representativas del fenómeno, hilándose, como quien no quiere la cosa, una
especie de relato cronológico y contextualizado de lo que representó todo aquel
cine.
La arcaica sintonía y el
recordado logotipo típicos de las antiguas producciones de José Frade abren el
metraje de “¡Zarpazos! –“un viaje por el Spanish Horror” reza el subtítulo–;
todos los recuerdos que trae a la mente ese momento son pocos en comparación
con los últimos minutos que nos ofrece el documental. Los títulos de crédito
finales vienen acompañados, situado en el lado izquierdo de la pantalla, de un recuadro
en el que, alejándose poco a poco, casi imperceptiblemente, perdiéndose en una
virtual lejanía, como un recuerdo cada vez más lejano pero no por ello menos
cálido y complaciente, podemos ver una escena de la película “Buenas noches,
señor monstruo” (Antonio Mercero, 1982). En ella, el grupo infantil “Regaliz” interpreta,
en clave de twist, la canción “El show del Hombre Lobo”. La dimensión que
adquiere el documental en ese preciso instante desborda todas las expectativas
y supera todos los logros a los que no hubieran podido llegar los minutos
precedentes. No sabemos si la intención y la oportunidad han sido premeditadas
y conscientes por parte de Víctor Matellano, pero el mundo de sensaciones que
transmite la mera inserción de ese fragmento y su significado tan profundo,
como digno colofón final de su documental, es tan inmenso, tan sensitivo,
insufla tanta melancolía, recupera tantos recuerdos de la juventud, de la
infancia, de lo que ya somos muchos de nosotros y nunca dejaremos de ser,
acredita tanta vitalidad gastada en una pasión –nunca perdida, sino invertida–
que se convierte en el mejor momento –no tiene otro calificativo que lo defina
mejor que el de magistral– de todos los que Víctor nos regala. Un documental
que se hace muy corto, que sabe a muy poco, más si cabe con semejante cierre, y
que deja ganas de mucho más. Las malas lenguas aseguran que habrá nueva edición
en formato doméstico con muchos extras. Esperemos que el rumor se convierta en
realidad; de momento, por si los rumores fallan, ya se puede comprar la edición
simple: "Zarpazos" en Amazon.es
Aquella producción de José Frade
–como ésta– que aprovechaba la fama del grupo infantil, se asemejó, respecto a
nuestra edad de oro del cine de terror, a aquellas incursiones de Abbott y
Costello que pusieron punto y final a los ciclos dedicados a los monstruos
clásicos que Universal inició a principios de la década de los treinta del
pasado siglo. Tanto la película de Mercero como aquellos últimos estertores que
los dos cómicos americanos ofrecieron a la Universal supusieron una deriva
decadente, a medio camino entre el homenaje y la ridiculización, que, no
obstante, siempre será recordada con cierto cariño. El incombustible Paul Naschy, cuyo sufrimiento
imaginamos al participar en el citado musical infantil, había intentado por
todos los medios alargar la vida moribunda del género en España con la
dirección de “El retorno del hombre lobo” (1981); un intento que no sería el
último, pero sí el más respetable, de continuar con un cine de género tal cual
el propio Molina lo entendía. Justo un año después llegaba la certificación
oficial de la muerte de todo género o subgénero en una época determinada: la
caída en la parodia perpetrada por sujetos ajenos al mismo pero valiéndose de
los propios protagonistas a modo de chanza; en nuestro caso tal certificación
la ofreciá el grupo “Regaliz”, contando con la presencia de Paul Naschy –icono de la época, una vez más caracterizado como
el Hombre Lobo, que no como Waldemar Daninsky– y Fernando Bilbao –quien hizo
sus pinitos en el género, conocido sobre todo por encarnar al monstruo de
Frankenstein en la descabellada “Drácula contra Frankenstein” (Jesús Franco,
1972), entre otras–. Desde ahí ya todo iba a ser cuesta abajo, incluso a pesar
de que Juan Piquer Simón ofreciera algo de dignidad en algunas ocasiones más.
Dignificado en los últimos
tiempos por algunas voces, como suele suceder cuando algo se convierte en parte
de la vida de aquellos que ya comenzamos, por edad, nuestra propia decadencia,
el documental de Matellano aporta un granito de arena más para que el ímpetu de
aquel período no quede en el olvido, reciba un sentido y merecido homenaje y
abra las puertas a intentos venideros de seguir por el mismo camino.
Gracias Víctor.
Juan Andrés Pedrero Santos
Juan Andrés Pedrero Santos