martes, 20 de abril de 2010

"DÉJAME ENTRAR"

Una de las mejores películas fantásticas del año pasado. Os adjunto mi crítica publicada en la revista SCIFIWORLD MAGAZINE, en su número 14 (mayo 2009).

“Déjame entrar” se ha convertido -tras un glorioso periplo festivalero- en un estandarte, en una prueba de que es posible la vida más allá del adocenamiento contumaz al que cualquier manifestación cultural se ha visto abocada en las últimas décadas; el cine entre ellas, si no la que más. Aparece esta película cuando ya muchos creíamos imposible encontrar un desmarque de todo lo ya visto cientos de veces, de un recurrir a los clásicos o a tiempos remotos (tan remotos como los ochenta, jolín) como último recurso. Surge en un momento (un momento que se venía alargando mucho) en que casi habíamos perdido la ilusión de descubrir una muestra de talento, de innovación, de verdadera creación, de mesura, de elegancia, de sutileza, de vuelta a la tan olvidada sugerencia, de una determinación rotunda y arriesgada a utilizar un tipo de inteligencia residente en regiones cerebrales hoy ya casi olvidadas; las mismas características que intuye en la personalidad de su director quien le haya visto en persona. Un soplo de aire fresco (nunca mejor dicho) que devuelve a cualquier amante del cine la capacidad de soñar, de volver a creer que el auténtico arte todavía es posible, que el cine fantástico continúa siendo la mejor de las opciones con la que confesar los más íntimos sinsabores (y alegrías) de la verdadera existencia.

Hay en “Déjame entrar” un desenfoque continuo en dos diferentes sentidos, no obstante paralelos y complementarios; un desenfoque que constituye una original y sugerente manera de abordar la historia. Por un lado existe esa nitidez de la imagen que va y viene, que se pierde y se recupera, desde el fondo hasta el primer término de un mismo plano y viceversa, sin necesidad de verdaderos movimientos de cámara más complejos. Por otro, tenemos la ausencia de una narrativa lineal “clásica”; la historia se nos cuenta a base de retazos -nada de brochazos, en todo caso precisas pinceladas de virtuoso que conforman momentos preciosos- que retratan a los personajes y a sus conciencias; además inmersos en la expresividad expresionista (y que valga la redundancia) de un paisaje muy particular. Personajes que no necesitan hablar mucho; la soledad no necesita de diálogos sonoros, la charla con uno mismo (la más íntima) puede ahorrar ese desgaste. Esas dos formas de desenfoque caminan en una misma dirección, la de estimular la sensibilidad del espectador, de romper su opacidad, un llamamiento a remover su (in)quietud.

También -sobre todo es esto- se trata de una historia de amor, de un encuentro entre dos seres condenados a la soledad, a la incomprensión; que juntos, pese a todo, son capaces de superar todas las barreras (-¿Quieres salir conmigo? -Oskar, no soy una chica. -¿Pero quieres salir conmigo o no?). Ambos, Oskar y Eli, son los únicos personajes verdaderamente libres, aunque superficialmente parezcan los más atrapados. Un amor tan puro -y tan inquietante a su vez- como la blancura de la nieve que pierde su pureza con una mancha de sangre. Podría ser una metáfora de la adolescencia, de su fin, de ese momento en que se pierde la inocencia, donde se vislumbran las oscuras simas de la existencia, a cuyos bordes algunos nos asimos para no caer (tengo sólo doce años, pero desde hace mucho tiempo). Bueno, y sí, también es una historia de vampiros.

Pero debajo de todo, en el trabajo de Tomas Alfredson también subyace el aficionado de a pie, el que no puede resistirse (sin desentonar) a la herencia más reciente del género; ahí tenemos ese final en la piscina, más toda una serie de pequeños detalles -casi subliminales- que entroncan con los códigos: el brillo de los ojos de Eli en la oscuridad, el sonido en off de un aleteo tras Eli abandonar un ventanal, sus envejecimientos fugaces y casi imperceptibles, la ligera sensación de que es capaz casi de levitar cuando baja del juego infantil de un parque. Esto sí es cine.
Juan Andrés Pedrero Santos

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