Un blog de Juan Andrés Pedrero Santos donde hablar sobre cine y otras cosas.
lunes, 29 de marzo de 2010
"SCIFIWORLD MAGAZINE", Nº 25
lunes, 22 de marzo de 2010
YA ESTÁ AQUÍ "SYFY"
jueves, 18 de marzo de 2010
"SERRANO CUETO COMENZARÁ SU PRIMER LARGOMETRAJE"
miércoles, 17 de marzo de 2010
"INFECTADOS"
Dado que en estos días ha aparecido el dvd de la película "Infectados", aprovecho para copiar mi reseña sobre la misma, publicada en un número reciente de la revista SCIFIWORLD MAGAZINE. Aquí la teneis...
Álex y David Pastor, hermanos, jóvenes, cortometrajistas de éxito internacional y naturales de Barcelona, comienzan con “Infectados” su particular aventura en los Estados Unidos, ya dentro del mundo del largometraje.
Lo que a priori pudiera intuirse como una historia más de zombis postmodernos (por la inevitable y nada reprochable mixtura de referencias) termina siendo algo muy distinto. Por no ser, no es siquiera “una de zombis”. Esta nueva aventura apocalíptica, con reminiscencias de la novela “La carretera” de Cormac McCarthy, tiene su originalidad –inesperada– en tres elementos. Por un lado se opta por no mostrar más escenas de acción que las necesarias, creíbles en su moderación además, nada de fuegos de artificio; y por otro, sorprende la inexistencia del gore que pudiera entenderse ineludible; al menos lo que hoy por hoy todos entendemos por gore. Sólo hay alguna víscera por ahí, más que justificable, y poca, muy poca sangre.
El tercer elemento en el que reside su originalidad, el más significativo, es el camino tomado por los hermanos Pastor, directores y guionistas, que deciden cargar las tintas en las historias humanas (o inhumanas) surgidas de las relaciones entre los protagonistas. Tratan de mostrar (una vez más) como una situación límite, de supervivencia absoluta, muestra a cada cual tal y como es, sin maquillajes ni imposturas. Adviértase que he dicho “tratan”, no que lo consigan, al menos de una manera contundente. La escena del perro devorando el cadáver de su propio amo es una metáfora ilustrativa y muy lograda del asunto, ésta sí contundente de verdad. De esa situación de “sálvese quien pueda” –o de “marica el último”, en su versión más castiza– los barceloneses tratan de sacar un provecho dramático que, por desgracia, no termina de brillar lo que debiera. Los sucesivos abandonos de “infectados” (más o menos allegados) se despachan con una frialdad que no parece fruto de la decisión consciente de los responsables del guión, sino de una carencia expositiva, latente ya en el mismo libreto o en su paso a la pantalla. Una carencia que se alinea con lo increíblemente “capullo” (sic) que se muestra el personaje interpretado por Chris Pine, principal estandarte de un casting dotado de una calidad en exceso apegada a los estándares del cine americano más comercial. ¡Cuánto habría ganado esta película con unas interpretaciones y/o actores más “a la europea”¡
Como en la citada “La carretera” de McCarthy, con la llegada a orillas del mar de esta –de algún modo– road movie iniciática, se intenta poner el contrapunto poético-melancólico a lo que ha sido un tono claramente no consecuente con el que se intuye que los autores realmente pretendían expresar; cosa de la que precisamente pudieran no ser ellos los culpables directos, sino otras instancias mucho más preocupadas por lo pecuniario y más propensas a las –supuestamente más digeribles– concesiones adocenadoras.
Puestos a lecturas simbólicas, ¿no podría ser esta película otro reflejo de la crisis económica que el mundo “civilizado” –el “incivilizado” siempre ha estado en crisis– viene sufriendo ya desde hace años (aunque algunos lo negaran), consecuencia de una anterior crisis de valores éticos?.
Juan Andrés Pedrero Santos
miércoles, 10 de marzo de 2010
MANUEL CALDAS ATACA DE NUEVO
martes, 9 de marzo de 2010
"LA CINTA BLANCA"
La fragilidad o no de las premisas que utiliza Haneke para llegar donde quiere llegar no es algo que me preocupe especialmente, cuando lo importante, en mi opinión, es la inteligente utilización del cine para enfrentar al espectador a una historia, riquísima en matices, donde se ve abocado a participar (de forma muy activa) a poco que sienta un mínimo interés en desentrañar lo que está viendo. Quizás no exista una coherencia estricta entre todos los planteamientos que se dejan sin cerrar, que son prácticamente todos; de ahí el carácter encriptado de la propuesta, seguramente sin solución real, aunque tampoco parece haber pretensión de que exista. Posiblemente Haneke pretenda simbolizar el intrincado conjunto de interrelaciones –a veces ambiguas, inapreciables e inaprensibles– que terminan por generar la aparición de la violencia en el seno de una sociedad. Y el modo que tiene de hacerlo no puede ser más loable y eficaz; consigue que la película encaje sus diversos contenidos en la mente del espectador, sin darle nada hecho, sólo tela, tijera, aguja e hilo… y un fantasmal clima de desasosiego.
Una serie de incidentes inexplicables, de autoría desconocida, oscurecen la atmósfera social de una en apariencia plácida y ordenada localidad alemana de principios del siglo veinte. La voz del narrador –uno de los personajes del relato, en el que participó en su juventud y que ahora cuenta desde su vejez– nos guía a través de los sucesos y nos da las claves para su interpretación, aunque, como dice, algunos detalles sólo los conoce de oídas. Un enfoque que ayuda a su talante de cuento siniestro, donde Haneke utiliza un argumento cercano al cine de terror o de misterio –el recuerdo de forma muy tangencial de “El pueblo de los malditos” (Village of the Damned, 1960) de Wolf Rilla y su posterior remake de Carpenter es inevitable– que, sin embargo, pasa por alto la narrativa propia asumida por el género, desvirtuando así su posible contextualización como tal. Haneke, de forma sutil, no deja títere con cabeza. La opresión religiosa, la lucha de clases, la infidelidad matrimonial, la hipocresía en las relaciones más íntimas, el abuso sexual infantil y el costumbrismo más retrógrado se dan cita en un muy inteligente mosaico donde se infiere lo general de lo particular, pero siempre dentro de una historia abierta, que no es un fin en sí misma, sino que sirve para la activación del espectador ante las difusas ideas que se le presentan. Una película que crece y crece dentro de uno desde el día en que se ve.
Juan Andrés Pedrero Santos