El estreno de “La herencia Valdemar” dio píe a un curioso fenómeno de ensañamiento –a todas luces inmerecido y exagerado– desde cierto sector del público, que aprovechó el altavoz que le proporcionaba la blogosfera y demás submundos virtuales para dejar pequeño ese dicho tan español que dice aquello de nadie es profeta en su tierra; fiesta a la que se unió dichoso algún supuestamente respetable medio en papel de tirada diaria; un deporte nacional como otro cualquiera, tan distinto del proverbial chauvinismo francés, ejemplo éste de defensa y ensalzamiento cómplice y sustentador de lo propio, ya sea en detrimento o no de lo ajeno. Cuestiones de carácter genético al margen, ¡cuánto tenemos que aprender del otro lado de los Pirineos!
Rodada simultáneamente con “La herencia Valdemar”, como es bien sabido, llega ahora su segunda parte, titulada “La sombra prohibida”. Si a muchos, entre los que no me incluyo, sorprendió negativamente (más que defraudó) el abrupto final inconcluso de la primera parte, más les mortificará el comienzo de esta segunda si los pilla in albis –un comienzo atropellado por frenético, aunque no pudiera ser de otra manera–, que sirve para poner en situación al respetable con un somero retazo de la historia de la que trae camino. “La sombra prohibida” en ningún caso es más de lo mismo, sino que viene a ser una película radicalmente distinta a “La herencia Valdemar”, ésta más homogénea y centrada en el relato de época, con una historia tonal y argumentalmente más equilibrada que la que atesora esta nueva entrega de José Luís Alemán. Tan distinta la una de la otra que cualquier comentario no puede hacer sino pasar necesariamente por la vía de la comparación. Segunda parte que lo es en realidad y con todas las consecuencias; no la derivación de una franquicia, sino una película totalmente dependiente argumentalmente de su predecesora, sin cuya visión previa es difícil –por no decir imposible– comprender la trama. Nos adentramos así en un relato directamente deudor de ese pastiche tan característico que era gran parte de aquel cine fantástico español de los años setenta, naif muchas veces, del que las dos partes que ofrece Alemán (cada una por motivos diferentes) son herederas directas de forma gustosa y premeditada; no en vano la presencia de Paul Naschy es una declaración de intenciones sotto voce, con la que su guionista, director y productor sienta las bases de una invitación a recordar viejos tiempos. Una herencia que de rebote lo es también de lo que representó el cine de terror de la Universal, especialmente en los últimos coletazos dados durante los años cuarenta. En ningún caso está presente el espíritu de la Hammer –ahí disiento de la opinión de Alemán, por otro lado respetable y acreditada como ninguna–, productora que jamás pecó de ingenua ni de tradicional.
La presencia en la historia de una gitana echadora de cartas, de esa gruta en la que el grupo protagonista es perseguido por el monstruo, de la inclusión de esos maniquíes a los que uno de los personajes cree amigos reales, de la ceremonia de tintes satánicos (en este caso llevada a cabo por adoradores de otra deidad: Cthulhu), del sacrificio ritual, de esas paredes abarrotadas con fotos de antiguos atormentados y de la alusión al canibalismo, entre otros, son puntos que evocan muchos de los elementos que ese cine fantástico español dio en tocar antaño. De alguna manera, tal concentración de alusiones adquiere importancia por acumulación, se entienda más o menos gratuita y más o menos oportuna. Todo se encastra en la intención de crear un divertimento mimético a un tipo de cine que ya no existe, del que únicamente le diferencia un presupuesto más abultado de los que se estilaban entonces, aquellos más por imperiosa necesidad que por otra cosa, pero que por lo demás, en su forma y en el concepto que representa, es continuador de aquella tradición.
La ausencia del enorme y bien visible esfuerzo de producción del que hacía gala la primera parte, dado su carácter eminentemente de época, resta a esta continuación del delicioso empaque que exhibía aquella; algo impuesto por la propia trama. En ese mismo orden de cosas, es curioso ver como las interpretaciones –estando aquí los personajes a los que se da vida más dispersos, con un carácter más coral, carente por tanto el conjunto de protagonismos principales– están más correctas que en “La herencia Valdemar”. Algo sin sentido cuando se conoce que ambas películas se rodaron simultáneamente, no de forma sucesiva, y cuya única explicación es su mejor adecuación al contexto contemporáneo dominante, ausente como está en este caso el más sugerente y plásticamente atractivo marco del siglo XIX. Siguiendo con las ausencias, la falta del componente emotivo que aportaba a “La herencia Valdemar” la historia de amor y fidelidad entre Lázaro (Daniele Liotti) y Leonor (Laia Marull) allana la profundidad de la trama, entregada aquí a una más sencilla y heterogénea aventura.
Hasta ahí José Luís Alemán ha conseguido su objetivo, sincero, sin concesiones y, sobre todo, valiente; o loco, como él mismo se define (admirable locura la suya); todo lo cual son muchos puntos a su favor, merecedores todos de un apoyo incondicional, como rara avis que es dentro del contexto cinematográfico de nuestro país (industria y público), tan ingrato con ciertas propuestas. Quizás se echa en falta un mayor toque subversivo o siniestralizador (valga el palabro), posiblemente necesario para actualizar la propuesta mínimamente a los tiempos que vivimos, relajando así la ingenuidad presente en todo momento; caso en el que sí nos hubiéramos acordado de la Hammer. Del mismo modo, hubiera venido de perlas una mejor medida del tempo de algunos pasajes (los más triviales y realistas) que en ocasiones se dilatan en exceso.
Juan Andrés Pedrero Santos
Admiro el valor de JL Alemán para autoproducirse el filme pero se equivocó en varias cosas. Una de ellas (que creo que ya confesó) es haber dividido la historia en 2 partes.
ResponderEliminarPara mi gusto le ha quedado teatral, irregular... y con fallos claros. Entiendo que te guste y lo respeto pero yo esperaba más (tanto en la primera como en la segunda parte).
Saludos