martes, 2 de abril de 2013

HOMENAJE A JESÚS FRANCO


"En un muy determinado momento de mi infancia, el cual sólo consigo acotar temporalmente por una serie de referencias vitales pero que en ningún caso puedo concretar con la exactitud requerida, quedó grabado en mi memoria el imperecedero recuerdo de un hecho trascendental, quizás luctuoso, para el resto de mi existencia. Entre esas referencias vitales, sin duda la más determinante, está la absoluta certeza de la sala de cine en que todo sucedió, la de mi antiguo barrio, ya desde hace años convertido en bingo como tantas otras salas alejadas del centro de la capital y caídas en desgracia tras el auge del mercado videográfico. Sigo todavía hoy sin entender como a esa tierna edad, calculo que entre los seis y siete años, y dadas las características del evento, los responsables de la sala permitieron mi acceso a la misma, donde tuve el dudoso honor de presenciar la que desde hace ya un tiempo conseguí identificar como la primera película a cuya proyección tengo conciencia de haber asistido en una sala oscura. Tamaño acontecimiento, por oscuros e inescrutables designios del destino, no podía haber tenido mejor, o peor según se mire, elemento de iniciación. Tan tierno infante se encontraba allí, acompañado de su abuelo Andrés, hombre prudente, templado y sabio como pocos, y que en aquel preciso momento seguramente no tenía ni puñetera idea de lo que estaba haciendo y de las consecuencias fatales que dicho acontecimiento tendría para su querido nieto. La película en cuestión era nada más y nada menos que la sin par "Drácula contra Frankenstein" (1971, Jesús Franco).

A partir de esa espiritual e increíble experiencia comprenderá el lector, a poco conocimiento que tenga de dicha obra cinematográfica, que la magnitud de las secuelas fueran tan imborrables como profundas y, entre otras cosas, el motivo, quizás como forma de liberación psicológica, de que esto que está leyendo y las páginas que le siguen hayan llegado a ver la luz.

Todavía recuerdo como mi mente virgen intentaba asimilar las increíbles imágenes que aquella gran pantalla lanzaba sobre mis ojos deslumbrados por el resplandor, como esa extraña narración atropellada y casi silente conseguía fascinarme de una manera que posiblemente, en su abstracción, sólo pueda hacerlo a la mente de un niño, desnudo de prejuicios, libre de cualquier otra referencia con la que comparar, inocente ante la natural perversidad de algunos adultos capaces de crear tanta vileza, asistiendo al espectáculo servido por un hombre lobo contrahecho y de bochornoso aspecto, el primer hombre lobo que veía en mi vida, saltando como si dispusiera de muelles sobre la chepa de un ser de cabeza cuadrada, traje de chaqueta y zapatones de buzo profesional, de los de escafandra, que luego supe que representaba, o al menos eso es lo que parecía pretender, al desdichado monstruo creado por el doctor Frankenstein; todavía me estremezco ante el recuerdo, luego renovado por culpa del dvd, de imágenes tan escalofriantes.

Esa experiencia, en un primer momento, pasó sin pena ni gloria por mi todavía corta trayectoria vital; no obstante, con el paso de los años, comprendí que había quedado grabada a fuego en el recoveco más oscuro de mi cerebro, agazapada, como un incipiente tumor esperando el momento propicio para su fatal desarrollo, empapándolo todo y tomando poco a poco posesión de todo mi ser.

Aunque real como la vida misma, lo anteriormente expuesto siempre se mantuvo en mis recuerdos de una forma un tanto dispersa, como adquirido durante un estado de conciencia distinto a la vigilia, sin duda causado por lo alucinógeno de los delirantes planos que me fueron obsequiados por el tío Jess; así descubrí más tarde que se llamaba el ínclito."

Fragmento de la introducción de mi libro "TERROR CINEMA" (Calamar Ediciones, 2008)

Juan Andrés Pedrero Santos

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