lunes, 27 de diciembre de 2010

"THE WARD", lo último de John Carpenter


Tras ver “The Ward” y después de esperar casi una década para contemplar una nueva película de John Carpenter –“Fantasmas de Marte de John Carpenter” (John Carpenter´s Ghosts of Mars, 2001) fue la última aportación a su filmografía si obviamos las dos entregas televisivas integradas en las dos temporadas de la serie “Masters of Horror”– la primera sensación que le embarga a uno puede definirse como la tristeza de una inesperada decepción; más cuando personalmente soy incluso defensor de las virtudes de su ya citada anterior película, la que a no pocos sirvió para comenzar a perder las esperanzas en una evolución futura positiva de la carrera del director; no es mi caso. Dicha sensación de decepción, aunque posteriormente remite en buena parte, no obstante, no acaba de desaparecer del todo.

Carpenter siempre fue una cineasta directo, cuyo cine era básicamente aquello que se veía a primera vista, por mucho que fuera lo que también hubiera detrás; trasfondo que únicamente servía para dar más densidad y empaque a la aparente sencillez y superficialidad de su contundencia. Esto no sucede aquí. Bajo una factura formal sin tacha, más cercana a los productos plásticamente más estandarizados de su filmografía –“La cosa” (1982), “Starman” (1984), “Village of the Damned: el pueblo de los malditos” (1995),…– que a aquellos que devinieron en más personales y estilizados, de nuevo plásticamente hablando –“1997: rescate en Nueva York” (1981), “Vampiros, de John Carpenter” (1998), “Fantasmas de Marte de John Carpenter” (2001),…– y todo con independencia de los resultados globales de unos y de otros, Carpenter se entrega aquí a un juego argumental cuya explicación racional aclarará finalmente y disolverá después algunos de los aparentes defectos, incongruencias e incredulidades que genera su visión en primer término: ese manicomio lleno de chicas jóvenes y guapas siempre perfectamente vestidas y maquilladas; el supuesto fantasma que pulula por los pasillos con nocturnidad y que se presta a ser una propuesta manida y obvia que nos negamos a asimilar; la facilidad con la que el personaje protagonista (Kristen) consigue eludir los cerrojos de su celda/habitación y la vigilancia de los celadores intentando escapar,… ; todo muy en la línea del último Scorsese, “Shutter Island” (2010), con lo que se imaginarán ustedes que hasta aquí puedo leer.

El problema es que el viaje hasta alcanzar ese sentido que adquiere todo –última estación que no es un prodigio de originalidad a estas alturas– no mantiene el interés lo suficiente como para que lleguemos hasta él capturados por la historia. Por ello, cada minuto que pasa desde que se inicia la proyección hasta que todo comienza a ser explicado no satisface aquello que esperamos de quien nos ha dado tantas horas de buen cine. Así, lo que es su mayor virtud, al dar sentido en última instancia a una historia que no nos estábamos creyendo, es a su vez su peor defecto, pues elude esa contundencia de la que habitualmente rebosan las historias de Carpenter. Un truco de magia no es interesante por su resolución sino por la forma en que el mago es capaz de engatusarnos para hacernos creer que aquello que estamos viendo es real, o al menos lo parece. Hay por ello un exceso de sutilidad –no voy a llamarle desidia– que se desvanece en su ligereza, que no consigue crear la complicidad y la inercia necesarias a la hora de dejarnos llevar por la historia. Falta chispa, el discurso es perezoso y conformista, preocupado por la virtud de la apariencia pero indolente ante la falta de inteligencia y compromiso de la estructura de su guión y del marco conceptual de su argumento.

Es censurable igualmente (recordemos, estamos hablando de John Carpenter) la dependencia que se instaura respecto al susto fácil, a veces cantado (ese final…), como único y menesteroso recurso genérico. Algo impropio de un maestro de la narración y de las claves del cine de terror, que aquí, de alguna manera, como mínimo, peca de falta de eficacia y desgana, y, como máximo, se entrega al adocenamiento que genera la invisibilidad de aquellos elementos que hicieron de su cine un ejemplo de personalidad. Por otro lado, la temática tan oscura, triste y desagradable desvelada en su final viene cargada de un potencial siniestro que se pierde sin intento alguno de sacarle mayor partido; no se aprovecha en absoluto para aportar algo de atmósfera o unas necesarias briznas de sugerencia durante la trama, que al menos –considerada como una segunda opción– podría haber tenido la oportunidad de ser desarrollada con más detalle con posterioridad a toda la justificación argumental, ésta quizás precipitada en su exposición casi telegráfica, quedando esas ideas como cromos despegados en un álbum aun con muchas casillas vacías que rellenar.

Bien es cierto que los no defensores de “Fantasmas de Marte de John Carpenter” (2001) tenían motivos con los que avalar su disgusto/discurso; entre ellos –seguro que el más determinante– la escasa profundidad de la historia, con algunos de sus elementos representados tan solo por un grueso brochazo, así como una suerte de despreocupación o desinterés a la hora de insuflar de mayor empaque a un argumento que parecía tan solo hilvanado; cosa que en aquel caso hacía buenas migas con su aspecto formal, definitivamente pulp. Esto no sucede en “The Ward, donde esa aparente sujeción con pespuntes de los elementos integradores del guión desentonan con la factura realista, estándar y despersonalizada, carente de estilización aunque siempre correcta, que Carpenter nos regala en esta ocasión. Atributos estos –ligereza e impersonalidad– que, unidos sin más aditamento, sólo consiguen derivar en una película muy floja.

Juan Andrés Pedrero Santos

Publicado originalmente en la revista SCIFIWORLD MAGAZINE Nº 32 (Noviembre 2010)

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