jueves, 27 de enero de 2011

"FANTASMAS DE MARTE" de John Carpenter



Ya desde su anterior película, “Vampiros de John Carpenter” (John Carpenter´s Vampires, 1998), el título incluía el nombre de su autor como parte del mismo. El objetivo estratégico y comercial de ello es obvio cuando estamos hablando de uno de los últimos especialistas de renombre en el género, aún en activo y que hace ya tiempo se ganó a pulso estar en ese limbo difuso que todos llamamos “los clásicos”. Mayor importancia adquiere si tenemos en cuenta que la siempre esperadísima actualización de su filmografía (la expectativa ante la última entrega de turno siempre llena de ilusión al aficionado) no es precisamente un ejemplo de desenfreno productivo; nueve años han pasado ya desde el estreno de su último largometraje, precisamente el que nos ocupa, “Fantasmas de Marte de John Carpenter”. Es todo un consuelo saber que pronto podremos disfrutar de su siguiente película, ahora en postproducción y cuyo título actualmente es “The Ward”, la historia de una joven ingresada en una institución mental, aunque hace un año aproximadamente esperábamos lo mismo de otro proyecto que finalmente ha sido postergado en el tiempo.

Por otro lado, ese “estar hasta en el título” no deja de ser un símbolo de la característica autoría que Carpenter ha dispensado en casi toda su obra. El “casi” lo podemos achacar a algún grano molesto, como fuera el caso de “Starman” (Starman, 1984), donde la peste a encargo alimenticio –todo él una concesión al cine más comercial, en lo que éste tiene de despersonalizado– hedía por los cuatro costados; no obstante, película correctísima desde un punto de vista técnico y formal, pero muy alejada de los habituales tonos, estéticas, éticas y temáticas habituales en Carpenter, esas que han hecho de su cine un producto en cierta manera asumible como suyo –sería impropio calificarlo de “reconocible” en sentido estricto–, carencia que hace, en el caso de “Starman”, que fuera recibida y sentida como un producto decepcionante.

Ya tratamos, justo hace un año y en estas mismas páginas, el tema de la presunta “autoría” de Carpenter cuando hablábamos sobre “La cosa” (The Thing, 1982) en el número 10 de Scifiworld (enero 2009), pero “Fantasmas de Marte” (voy a recortar por decreto el título desde este punto) se presta igualmente a ahondar en el asunto. Carpenter, de alguna manera, es un postmodernista; no un revisionista de los géneros y un explotador de múltiples referencias casi aleatorias con las que sorprender o a utilizar con calzador, como sí pudiera ser el caso de Tarantino, sino un conservador –cinematográficamente hablando– apegado a la tradición. Es un artista que para nada pretende hacer evolucionar los elementos recurrentes y más enraizados de los distintos géneros, sino tan sólo utilizarlos como condimentos de su propia mixtura; hablando especialmente del caso que nos ocupa y de otros anteriores, como la ya citada “Vampiros de John Carpenter” o “Golpe en la pequeña China” (Big Trouble in Little China, 1986). Una mixtura que lo que hace es maquillar el verdadero origen –desde el homenaje y la reverencia– para tratar de crear una especie de monstruo de Frankenstein, cuyas piezas son bien reconocibles pero que, unidas, consiguen crear un nuevo ser, con una nueva vida propia –o prestada, según se mire– que desarrollar.

Con “Fantasmas de Marte” Carpenter recrea la mejor atmósfera de la serie B, del divertimento sin pretensiones, de la mezcolanza desprejuiciada de géneros, a los que domina desde el buen conocimiento de sus claves y de la adoración que les profesa. Son el western y la ciencia-ficción menos clásica (ya veremos el porqué al citar las referencias) aquellos géneros que combina con contundencia, sin desnaturalizar la mitología propia de los mismos, especialmente del primero. Algunas películas muy concretas, variadas en su género, vienen a la mente ante la visión de “Fantasmas de Marte”.

Sin ser la historia en sí misma nada excesivamente novedoso ni tener un desarrollo particularmente sorprendente, Carpenter consigue potenciarla gracias a la estructura que toma como punto de partida para encauzarla, y que es la clave que dota de tensión a la función. El relato nos cuenta la aventura de un grupo de policías enviados a una mina de Marte donde los colonos han sido salvajemente asesinados. La historia se plantea como una gran flash-back, dentro del cual se introducen otros. La única superviviente de la expedición policial, la oficial interpretada por Natasha Henstridge (que enamora con su espectacular belleza y su porte duro a la vez que simpático) es interrogada a su vuelta de la expedición. Es ella, ante una especie de comité que intenta aclarar los hechos acaecidos, la que comienza a relatar distintos pasajes de su misión desde los diferentes puntos de vista a los que ha tenido acceso gracias a sus compañeros de fatigas. Es esa serie de flash-backs, dentro de un gran flash-back que sirve como núcleo, lo que produce el interés adicional que le falta a un argumento escaso de recorrido y estrecho en matices. En este punto es donde viene a la cabeza el “Atraco perfecto” (The Killing, 1956) de Stanley Kubrick y su particular estructura narrativa.

El western, tan habitual en la esencia de muchas de las películas de Carpenter, es la referencia de fondo más presente y determinante de “Fantasmas de Marte”. La correspondencia de elementos es, cuantitativamente y por tópica, brutal. El poblado minero podría ser cualquiera de esas localidades típicas con una única calle central que puebla casi todos los westerns de la historia del cine; el acecho al grupo de supervivientes, desde lo alto de los edificios, por parte de los que han sido infectados por la forma de vida marciana, sería un trasunto de esa situación tan típica en la que las tribus indias siguen desde lo alto de las colinas a la caravana que avanza por el fondo del valle, recurso que también vimos en la agraciada –vampiros de por medio– “30 días de oscuridad” (30 Days of Night, 2007) de David Slade; entroncado directamente con lo anterior, el terrorífico personaje que lidera a “los salvajes” arenga a “sus tropas” como un emplumado gran jefe indio cualquiera; el contexto general ayuda a pensar en las patrullas nocturnas de John Wayne, Dean Martin y Ricky Nelson por entre las calles desoladas y oscuras del “Río Bravo” (Rio Bravo, 1959) de Howard Hawks; por no decir de la caracterización de machito fanfarrón de Jason Statham, cercana a la de cualquier pistolero bravucón. Toda esa tradición recibida se intenta escamotear tras ciertos toques de “modernidad”, como la de introducir el anecdótico componente lésbico o la cita de la existencia de una sociedad matriarcal que, posteriormente, como idea que pueda aportar algo a la historia, no se desarrolla en absoluto; así como las continuas, directas e infructuosas insinuaciones sexuales de Jericho (Jason Statham) hacia Melanie (Natasha Henstridge), aunque en la última de ellas exista una especie de coitus interruptus, pues parecía que el tema finalmente tiraba para arriba (nunca mejor dicho).

Desde el punto de vista de la relación que se establece entre el grupo policial y el delincuente que aquel intenta trasladar para ser juzgado (“Desolation Williams” interpretado por Ice Cube), “Fantasmas de Marte” podría ser casi un remake parcial de “Asalto en la comisaría del distrito 13” (Assault on Precinct 13, 1976). Otra de las películas que evoca su visión, y reconozco que pueda ser una apreciación muy personal, es “Terror en el espacio/Terrore nello spazio” (1965) de Mario Bava, y no por la estética colorista tan habitual en el director italiano –aquí, aunque estudiada, más monocromática–, sino por la cierta atmósfera de abstracción que transpiran en muchos de sus pasajes estas dos historias de ciencia-ficción. Y si queremos seguir con este último género, el momento en que la oficial Melanie es invadida/poseída por el ente marciano y las alucinaciones que esto le provoca no pueden hacer más que recordar los efectos del sonido emitido por la nave alienígena de “Qué sucedió entonces” (Quatermass and the Pit, 1967), dirigida por Roy Ward Baker y escrita por, el admirado por Carpenter, Nigel Kneale, lo que lleva a pensar que sentirse presa de ese déjà-vu no es algo del todo casual ni forzado. También encontramos referencias a “La cosa”, tanto en la versión de Carpenter como en la original de Christian Nyby, “El enigma…¡de otro mundo!” (The Thing…from Another World, 1951).

Efectivamente, “Fantasmas de Marte” es todo un compendio de referencias más o menos veladas. Es precisamente por ello que su carencia de originalidad (que no de personalidad) se circunscribe a la no adopción de una excusa o discurso propio sobre el que desarrollar la historia, que al no existir se delata a sí mismo. De ahí la ligereza que muestra en ese sentido; cosa que intuyo no habrá satisfecho a muchos. No es mi caso, pues se trata de una de las películas de Carpenter con las que más me siento reconfortado al pasar una fría tarde de otoño en la oscuridad y caldeada tranquilidad de la sala de estar, delante del televisor.

Sí es muy criticable la elección del diseño (vamos a llamarlo así) de las escenas de acción, en especial en lo que se refiere a las explosiones y a los “explosionados”, que más recuerdan a una de esas hazañas bélicas de Chuck Norris perpetradas por Golan-Globus o a un episodio del “Equipo A” que a otra cosa.

La particular afición de Carpenter a hacerse cargo del apartado musical de sus películas no podía dejar libre ese crédito a la falta de originalidad. Así, se opta por una banda sonora tendente al rock duro, al heavy metal o a como quiera que deseen llamarlo los expertos en música moderna. Una banda sonora que subraya la brutalidad y el salvajismo del que van sobrados aquellos que han sido infectados por la forma de vida marciana. Grupo de guerreros cuyo punto de vista es abandonado a su suerte por el guión, tratados como monigotes, como simples elementos del paisaje, sin que se nos muestren sus motivaciones ni los detalles de su existencia (cualquier zombi moderno está más humanizado), tal cual como le ocurría a los indios en cualquier western anterior a los tiempos en que se comenzó a revisar la figura del nativo americano, ya a partir de los años cincuenta, con ejemplos como “La puerta del diablo” (Devil´s Doorway, 1950) de Anthony Mann o “El gran combate” (Cheyenne Autumn, 1964) de John Ford; otra vez el western.

Juan Andrés Pedrero Santos

(Publicado originalmente en la revista SCIFIWORLD MAGAZINE, en su número 22, enero de 2010)



martes, 18 de enero de 2011

"SFW PREVIEWS" nueva revista digital


Nota de prensa:

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lunes, 10 de enero de 2011

ENTREVISTA CON JOSÉ LUÍS ALEMAN


Con motivo del estreno de “La sombra prohibida”, segunda parte de “La herencia Valdemar”, entrevistamos a su director, guionista y productor, José Luís Alemán. A continuación la jugosísima y explícita entrevista.

JAPS: La acogida comercial de “La herencia Valdemar” no fue todo lo satisfactoria que se pretendía, pese a haber existido una campaña de marketing mayor de lo que suele verse en el cine español. Pasado ya un año desde su estreno, ¿has meditado y entendido cuales han sido los motivos de esa relativamente fría recepción comercial?

Te aseguro que es algo que me ronda la cabeza cada día. Creo que sin duda un motivo en nuestra contra fue haber fallado a la hora de definir el “Target” de la película; era una película para público adulto, conocedor de los clásicos, del cine negro, de la Hammer…, no era una película para adolescentes, que fueron los que nos la acribillaron.

Además, cometimos una serie de errores, en concreto dos. El primero, muy evidente, fue dividir la película en dos partes; decididamente debería haber rodado solo una, o incluso haber hecho un único montaje y aprovechar el material sobrante para trasladar una serie más extensa a las TV.

Otro fue un simple error de marketing: no dar a conocer al público mayoritario (no al seguidor de la evolución de la programación de cine fantástico por revistas e Internet, ya que este sí estuvo informado durante casi un año) el hecho que se trataba de una primera parte. Es curioso que simplemente con añadir una frase en el cartel “1ª parte” “ Prólogo”, algo sencillo, habríamos tenido menos dardos hacia nosotros. Pero pensamos en hacer la fórmula de “Perdidos”, hacer algo muy viral, dar información añadida por Internet, pero con cuentagotas, que el espectador siguiera la película después en la red…que pudiera ser copartícipe…, hacer una web sobre la empresa “Inmoberance”. En definitiva, programar un juego donde se fueran poco a poco uniendo las piezas del rompecabezas. Al final, la crisis económica hizo que la mayoría de empresas dispuestas a ayudarnos cerraran y nos quedamos a medias. Nos pasamos de listos.

Me gustaría añadir que nuestra idea jamás fue sacar una ventaja económica vendiendo dos entradas, como hemos oído… (los gastos simplemente de sacar dos películas hacen esto absolutamente imposible), simplemente quisimos hacer una saga de género. Por ello, aquellos espectadores que se quedaron muy resentidos por el final cortante, que no pudieron dormir en semanas, “sintiéndose estafados”, que se pongan en contacto con la productora y dentro de lo que nos permita el mercado daremos entradas gratuitas.

JAPS: Sé que es una utopía; pero ¿cambiarias algo en “La herencia Valdemar” una vez vistos, con el paso del tiempo, sus resultados artísticos y comerciales?

Sin duda, me arrepiento de muchísimas cosas, pero es verdad que hasta que no estás rodando no sabes los problemas que te encuentras en una producción. Esta era una de las más difíciles de hacer para el equipo; te hablo de gente que ya tenía tablas cuando se rodó “Los Santos Inocentes”,…desoí muchos consejos movido por el cariño que tenía al proyecto, lo hubiera visto con otra perspectiva más lógica, habría hecho una única película y por menos dinero, toda basada en la época victoriana, y habría cambiado al personaje del detective por el propio H. P. LOVECRAFT, dando así un papel protagonista al autor. El “flashback” del matrimonio Valdemar habría durado solo unos tres minutos, pero habría tenido que sacrificar al personaje de Paul Naschy. Como ves, son pros y contras…No dejo de pensar en esto…, tengo la pared de mi cuarto desconchada ya de tantos cabezazos que la doy…

JAPS: La apuesta personal y financiera a la que hiciste frente con la realización de ambas películas ha sido tremenda desde cualquier punto de vista. Hay que ser muy valiente e intrépido para encarar tamaño reto dentro de una cinematografía como es la española, además sin ningún tipo de ayuda pública, que siempre hubiera hecho más llevadero el riesgo. ¿Cuál fue la motivación última que te llevó a decidir el emprender tan dura travesía?.

La libertad absoluta a la hora de rodar, además de poder dar oportunidades a gente joven que estuviera empezando, como a Arnau Bataller, compositor de la BSO, a Luís Tinoco, creador de los FX digitales; traté de meter a alguien nuevo en todos los departamentos artísticos, y te aseguro que me costó lo que no sabe nadie.

JAPS: ¿Esperas que los resultados comerciales de “La sombra prohibida”, ajenos siempre a los artísticos, sigan el mismo camino que tuvo “La herencia Valdemar”?

Estoy aterrado en este tema. Salimos con 150 copias, 100 menos que con “La herencia Valdemar”; eso significa 100 cines menos, apenas tienes 2-3 semanas para tratar de recuperar un poco de un producto que cuesta más que levantar 50 restaurantes. Sé que nos irá mal en ese sentido, con una única película nos habríamos atrevido incluso con 400 copias, pero ya está hecho. Lo único que espero es que no se nos destroce en Internet. Ya estamos arruinados por la primera, así que daño en ese sentido es muy poco el que nos van a hacer. Solo el hecho de ver a Chulthu como nunca se ha visto puede ser lo que nos salve del desastre. Todo sea por él, alabado sea este dios.

JAPS: El cine es un negocio (y/o un arte) demasiado atado al dinero por razones obvias. No es como la narrativa o el ensayo, donde sólo hace falta papel y un procesador de textos, además del talento que cada uno tenga (ya sea mucho o poco); el publicar ese trabajo o no ya es otro cantar. En cambio el cine, desde el punto de vista de la producción, es una actividad de alto riesgo. ¿Crees que es posible hacer películas fantásticas, que satisfagan al público actual, con un presupuesto escaso?

Sin duda, ahí tienes a “Rec”, o “Los sin nombre”, o “Secuestrados”…tres peliculones. Pero además depende de tantísimos factores ajenos a la película…, ventas internacionales, TV, medios…, que más que hacer una buena película necesitas unos muy buenos contactos. Otro error que nosotros no contemplamos.

JAPS: Según recuerdo, el objetivo de tu productora “La Cruzada Entertainment” era ir realizando distintos proyectos uno a uno, digamos que financiando el siguiente con el apoyo del resultado económico obtenido en el inmediatamente anterior. ¿Cómo intuyes el futuro a medio plazo de tu productora?, ¿existen nuevos proyectos en curso?

Espero poder hacer otra película, pero siempre tendré que estar apoyado por una TV, eso ya nos será imprescindible.

Respecto a proyectos inmediatos, estoy preparando un corto fantástico en blanco y negro y en 3D para marzo, simplemente me apetece experimentar esta técnica. Así mismo estamos en conversaciones con empresas para organizar el concurso de cortos internacional de “Scifiworld” en el mes de abril, donde intentaremos que las obras finalistas puedan ser editadas en grandes superficies. Sería una oportunidad de oro para los cortometrajistas que tienen trabajos magníficos y no pueden darlos a conocer.

JAPS: ¿Te ves realizando o produciendo cine fuera del género fantástico?

Bueno, este año hemos producido el documental “El hombre que vio llorar a Frankenstein”, estamos con el tema de apoyo a cortometrajistas…, pero me encanta el cine fantástico y de aventuras. Creo que el terror y el resto de géneros esta suficientemente representado ya en España, me encantaría poder quedarme con la parcela de acción – aventura para mí.

JAPS: Ha sido muy curioso, tras el estreno de “La herencia Valdemar”, ver los ataques furibundos y en muchos casos desafortunados que algunos internautas han propagado por la red, con muy mala leche además. Aunque también han existido los defensores de la película. Esto es algo habitual en la red cuando los blogueros y foreros opinan. Según creo, parece que François Truffaut decía que todos los franceses tenían dos trabajos, uno el habitual de todos los días, y el otro ser crítico de cine. ¿Cómo te ha afectado todo esto?, ¿crees que la red ha democratizado, en el peor sentido de la palabra, el que cualquiera se crea con criterio para opinar sobre cine, creyendo que lo que dice es mucho más que una opinión personal, a la que por supuesto todo el mundo tiene derecho?

Efectivamente, creo que fue un linchamiento progresivo, organizado y muy agresivo, con la única intención de hacer fracasar la película en taquilla (a algunos periodistas que nos apoyaron les llegaron incluso a amenazar de muerte…, defensores y detractores se peleaban de un modo que daba miedo.…), eso es algo que jamás imaginé. Esperaba obviamente críticas malas, es lógico, pero no acusaciones de fraude, estafa, timo. La cantidad de imbéciles que se dedican a joder una película en los foros sin tener ni puñetera idea de cine es brutal; añade a esto el adjetivo “película española” y tienes una poderosa ensalada de odio lista para ser lanzada. Lo que más me sorprendió es que por la mala leche de algunos periodistas el hecho de hacer una película sin subvenciones (algo que no puede censurarse por muy cretino que se sea) se convirtió en un arma arrojadiza más (total, solo dimos trabajo a 495 personas, eso es algo que siempre hay que censurar…). “La Herencia Valdemar” era sin duda una apuesta arriesgada, como muy bien tu dijiste en tu pre-crítica antes del estreno, pero no destruible, puede parecerte mala, lenta, pero no es desagradable, ni gore, no atacaba a nadie…, pero se nos metió en un saco que hacía mucho tiempo estaba cerrado y solo para tratar de perjudicarnos económicamente, y esto estuvo organizado por alguien muy gordo.

JAPS: Siguiendo con tus dos películas (una en realidad), ¿se comercializarán en el extranjero próximamente?, ¿cómo está funcionando el dvd de “La herencia Valdemar”, que ya lleva unos meses en el mercado?

Sí tenemos acuerdos muy adelantados sobre ese tema. Respecto al mercado del dvd, la verdad es que hemos tenido una respuesta magnífica. En un mercado que está cercano a desaparecer como el dvd hicimos muy buen número de copias vendidas y en alquiler. En Chile, por ejemplo, que no está comercializada, es el número uno del top - manta.

JAPS: Aunque habías realizado algunos cortos y, creo, algún trabajo publicitario, anteriormente, una vez iniciada tu carrera en el mundo del largometraje, ¿qué enseñanzas te ha dado el seguro que increíblemente complicado y duro trabajo de realizar estos dos largos?, ¿desde un punto de vista estrictamente personal, en qué concretarías la mayor satisfacción y la mayor decepción que has experimentado con este proyecto?.

He aprendido mucho, no tanto de realización, sino del cine por dentro, sus cosas buenas y sus muchísimas cosas malas, sus odios, las envidia. Para que te hagas una idea, un grupo de técnicos me daban las gracias por enviarles felicitaciones de navidad, dicen que jamás habían recibido una; se que parece tonto, pero así es más o menos este mundillo.

La mayor satisfacción es la cantidad de amigos que me he creado a raíz de este proyecto; “Scifiworld”, “Aullidos”, “La Butaca.net”, “El Blog del cine español”, “Imágenes de actualidad”…;tengo incluso 7 o 8 fans…, no son muchos pero para mí valen como millones.

La decepción, aparte de lamerte las heridas viendo tus errores, es el odio que nos han vertido, de modo absolutamente intencionado, periodistas con el único fin de vernos arruinados; esto es, “El País”, compañeros de “Canal +”, no solo hicieron de nuestro trabajo una humillación pública, sino que mintieron como bellacos. Solo como ejemplo, dijeron que habíamos dejado a mi abuela sin un céntimo de su herencia. Mi abuela, una mujer maravillosa en todos los aspectos, murió en el mes de abril aterrada, al creer que tratábamos de quitarle sus ahorros. Parte lo hizo ya la demencia senil, parte lo que leyó en estos medios, y todo fue culpa de la increíble mala hostia de estos cerdos.

Como consecuencia de estas acciones, “La Herencia Valdemar” es, a día de hoy, la única película en toda la historia del cine español –y somos la 10ª producción más importante– que se ha vetado en todas las cadenas de TV de este país, públicas o privadas; por lo que la mayor estafa que se ha inventado desde el referente de la cultura en este país es el hecho de que se intenta por todos los medios apoyar a la industria cinematográfica.

JAPS: Muchas gracias, José Luís. Sin duda unas respuestas muy esclarecedoras y sinceras. No obstante, te deseo mucha suerte con “La sombra prohibida”.

Juan Andrés Pedrero Santos

domingo, 9 de enero de 2011

SCIFIWORLD MAGAZINE 34 (Enero 2011)

A partir de ahora la revista SCIFIWORLD MAGAZINE no se desmarcará del resto del mercado tan solo en su afiliación genérica, sino que también lo hará en su fecha de publicación. En lugar de hacerlo a principios de cada mes, como el resto de las revistas, lo hará el día 15 de cada mes. Con lo cual este 15 de enero ya estará disponible en los kioskos el número 34 (cada vez más cerca de los tres añitos). La portada y un interesante artículo lo protagonizan la segunda parte de "La herencia Valdemar", titulada LA SOMBRA PROHIBIDA, que algunos ya pudimos disfrutar en el último festival de Sitges, obra igualmente del valiente e insustituible José Luís Alemán, que estará en los cines a finales de este mes de enero.

Mi aportación, como siempre en "La máquina del tiempo", está dedicada a una interesantísima película de Werner Herzog: "NOSFERATU, VAMPIRO DE LA NOCHE", remake de la mítica película muda de F. W. Murnau, donde los vampiros siguen siendo lo que siempre han sido, y no esos rock star de opereta a los que ha acostumbrado ultimamente la mugrienta saga Crespúsculo.

martes, 4 de enero de 2011

"SCIFIWORLD COMICS", nuevo proyecto de Scifiworld

Los chicos de Scifiworld, ampliando las propuestas editoriales y virtuales, se meten también a editores de comics. La primera publicación será esta de la imagen. Os dejo la nota de prensa:

"SCIFIWORLD COMICS: LAS VIÑETAS INVADEN SCIFIWORLD

OS PRESENTAMOS UNA DE NUESTRAS GRANDES SORPRESAS DEL 2011. CON TODOS USTEDES, SCIFIWORLD COMICS.

Una nueva línea editorial está a punto de arrancar en Scifiworld.

Scifiworld Comics, nuevo sello de nuestras publicaciones, constituirá una apuesta por el cómic de calidad y el descubrimiento de talentos de la viñeta nacional e internacional.

Fantasía, terror y ciencia ficción volverán a ser los estandartes de esta casa en esta nueva aventura, que se iniciará con la publicación de "Total Wars", novela gráfica de Toni Benages Gallarth y Alan Smithee.

Os conminamos a seguir al tanto de las novedades día a día de Scifiworld, ya que próximamente se anunciarán nuevos detalles acerca de Scifiworld Comics, tanto en las futuras obras publicadas como en el método de venta.

Desde ahora y por siempre también en viñetas...

¡Larga vida al fantástico!"


 




lunes, 3 de enero de 2011

Capitán América: parecidos razonables

Según las primeras imágenes que se tienen del aspecto del Capitán América, versión Hollywood, en la película "CAPTAIN AMERICA: THE FIRST AVENGER" (Joe Johnston, 2011), existe un indudable parecido estético entre el Capi según uno de sus dibujantes en Marvel, el gaditano Carlos Pacheco, y el aspecto que se le ha dado al personaje recreado por el actor Chris Evans. Aquí teneis la muestra. Por cierto, el original del dibujo en cuestión es de mi propiedad, je je.

 

jueves, 30 de diciembre de 2010

"EL JOVENCITO FRANKENSTEIN" (1974)


Mel Brooks tenía nueve y trece años, respectivamente, cuando se estrenaron “La novia de Frankenstein” (Bride of Frankenstein, 1935) y “La sombra de Frankenstein” (Son of Frankenstein, 1939). Es muy probable que las viera entonces y la huella de esos visionados con seguridad quedara bien impresa en su particular baúl de los recuerdos, entrando también a formar parte de su formación cinéfila –su discutible filmografía al menos no deja lugar a dudas sobre ese aspecto de su personalidad–. Posiblemente lo mismo le sucedió a Gene Wilder, algo más joven que Brooks, pero a quien según parece se debe la idea original de la película.

Antes de comenzar su carrera como director de exitosas comedias, Mel Brooks ya había atesorado experiencia como guionista en series de televisión adscritas a ese mismo género. Entre otros, ahí queda su trabajo en una serie muy conocida en nuestro país como “El superagente 86” (Get Smart) que tuvo sus primeras temporadas entre los años 1965 y 1970, para retomarse de forma más breve en 1995. La experiencia con éxito en esa y otras muchas series cómicas desconocidas en España le permitieron probar suerte en la dirección con “Los productores” (The Producers, 1968), trabajo por el que fue premiado con el Oscar al mejor guión original en 1969 y que posteriormente el propio Brooks adaptaría al teatro musical, estrenando en Broadway en 2001 y ganando doce premios Tony (el “Oscar” del teatro). “El jovencito Frankenstein” también tuvo su versión musical en Broadway, estrenándose en 2007 y estando en cartel algo más de un año. Aunque su concepto de la comedia pueda no ser bien valorado por algunos, entre los que me encuentro, no hay que quitarle mérito al éxito y prestigio que sus trabajos le han reportado entre el gran público.

El campo de actuación de Brooks es la parodia, de ahí que sea ineludible la referencia obvia a lo parodiado, en este caso en forma de homenaje sincero y cariñoso. Su humor bascula entre la existencia de auténticos momentos de brillantez y el chascarrillo más zafio. Es precisamente esa descompensación en el tono lo que puede hacer que el espectador o bien se mantenga en el bando de sus seguidores o bien opte por formar parte del también nutrido grupo de recelosos de su trabajo –más que detractores–, todo según los gustos de cada cual y el nivel de aversión a sus payasadas. De forma beneficiosa para él, eso abre un amplio abanico para el público, donde –de una u otra manera– casi cualquier espectador tiene su lugar.

En “El jovencito Frankenstein”, su cuarta película como director, centra la parodia en el cine de terror de la Universal de los años treinta, concretamente en el ciclo dedicado al monstruo de Frankenstein, y en particular, en lo que respecta a las tres primeras películas del mismo: “El doctor Frankenstein” (Frankenstein, 1931), “La novia de Frankenstein” (Bride of Frankenstein, 1935), ambas dirigidas por James Whale, y “La sombra de Frankenstein” (Son of Frankenstein, 1939), de Rowland W. Lee, de las que caricaturiza diversas escenas con mayor o menor gracia.

Esta comedia recrea una historia similar a la clásica que Boris Karloff interpretó para la Universal, sólo que utilizando la excusa de estar ahora protagonizada por descendientes directos de aquellos personajes. Frederick Frankenstein (Gene Wilder), nieto del famoso Victor Frankenstein, enseña medicina en la universidad. Allí recibe la visita de un abogado que le comunica que ha sido encontrada la herencia que le dejó su abuelo. Para tomar posesión de la misma, Frederick viaja a Transilvania (referencia tradicionalmente vampírica que aquí ve variado el objeto de evocación). Allí le recibe el jorobado Igor (Marty Feldman), descendiente también del ayudante del finado Victor. Frederick, pese a la antipatía que siente hacia los hechos llevados a cabo por su antepasado (incluso llega a introducir ciertos cambios en su apellido con el fin de no hacerlo reconocible) y una vez llega al castillo de quien fue su abuelo, comienza a sentir un impulso irresistible de continuar con los experimentos que aquel había emprendido. Esto le llevará a revivir las mismas situaciones por las que pasó su ascendiente en los clásicos de la Universal.

Aunque la mayoría de los críticos y comentaristas hacen referencia a la evocación directa y bien visible que “El jovencito Frankenstein” hace de las tres películas de la Universal ya citadas y que protagonizó Karloff en el papel de “la criatura”, hay diversos aspectos que también sirven de homenaje a otras cintas; en este caso las de la productora británica Hammer; esta vez, sobre todo, centrándose en el personaje de Drácula que encarnó Christopher Lee, como referencia quizá más escondida. El plano del castillo alzándose en lo alto de una colina, en el que se sobreimpresionan los títulos de crédito iniciales, es mucho más similar al habitual plano de apertura de tantos clásicos de la Hammer que lo que pueda serlo respecto a lo visto en las más antiguas películas de la Universal. Por otro lado, acto seguido, el travelling circular que la cámara hace en torno al féretro de Victor Frankenstein, en la secuencia de inicio, deja ver los símbolos en forma de águila que decoran el ataúd, figuras muy similares a las vistas en la entrada del castillo del vampiro en “Drácula” (Dracula, 1958) de Terence Fisher. Una vez terminado ese travelling, la cámara se detiene y se abre el ataúd; de nuevo típica escena del cine de vampiros. Ni que decir tiene que la constante muestra de encantos a la que parece tan proclive el personaje de Inga (Teri Garr) recuerda sobremanera a las jugosas starletes de generoso escote que tanto gustaban a la Hammer.

Obviando lo anterior, el resto es un recital absoluto de evocaciones al cine de terror de la Universal consagrado al monstruo de Frankenstein. A partir de una fotografía en blanco y negro que ya intenta imitar la estética de aquellas películas, se busca la parodia cómplice de manera recurrente. Ahí tenemos el acecho y robo del cadáver del ahorcado que dará lugar al monstruo; la recreación del nacimiento de éste, un Peter Boyle de aspecto algo alejado del maquillaje de Boris Karloff que se utilizó en las distintas películas de la Universal, quizás por un problema de derechos –recordemos que ésta es una película Twentieth Century-Fox, no Universal–; la escena de la niña de las flores (aquí “al borde” de un pozo, lugar menos bucólico que el lago original); la escena en que el monstruo conoce a un viejo y ciego ermitaño que le da cobijo; o el peinado de la que finalmente terminará siendo novia del monstruo. En este punto, en referencia a la escena con el viejo ermitaño (un irreconocible Gene Hackman) y teniendo en cuenta el humor que se puede esperar de la pareja Brooks/Wilder, sorprende la alusión tan liviana a la homosexualidad que en cambio quedaba tan patente, aunque más sutil, en la escena original parodiada; aquella de “La novia de Frankenstein” a manos de James Whale, y que en manos de Brooks bien pudiera haber hecho esperar una alusión algo más grosera. Actitud que no es esquivada en el caso de las constantes alusiones al tamaño del miembro viril del monstruo y al musical efecto que éste (el miembro) produce en su partenaire.

Hay que destacar la utilización ya mentada de la fotografía en blanco y negro –opción arriesgada comercialmente para una producción destinada al gran público–, que se muestra como un elemento mágico y distanciador en algunas escenas (como por ejemplo la de la clase en la universidad) y que ayuda a crear la ilusión de que efectivamente estamos asistiendo a una rebelión del celuloide que da sustento físico a la película, una rebelión que surge desde el mismo interior de una historia propia de aquellas cintas clásicas y que desde una imaginaria autoconciencia se niega a discurrir por los cauces prefijados por la tradición, a transgredirla. El mismo sentido mágico tiene la elipsis conseguida con el encadenamiento de la escena en que Frederick Frankenstein viaja en tren hasta Nueva York, a la que sigue otra similar, esta vez en el tren que le lleva a Transilvania. Ambas escenas tienen en común la misma planificación y los mismos actores, sólo que interpretando distintos personajes, estos últimos trasuntos de aquellos primeros, pero en un marco bien distinto –idioma y decoración del vagón incluidos– y que evoca un viaje hacia atrás en el tiempo, desde la moderna urbe hasta el arcaico villorrio centroeuropeo, con sus leyendas y sus supersticiones.

Brooks trata aquí de homenajear tanto a esas películas como a los dos iconos culturales que de ellas surgieron: la imagen del monstruo según Karloff (éste sólo de alguna manera, no literal) y la de “la novia” según Elsa Lanchester. Sin embargo, consigue hacer su propia aportación a la plantilla de iconos populares del siglo XX gracias a la interpretación de Marty Feldman como Igor, el contrahecho asistente del doctor. La intención de recrear de forma minuciosa la atmósfera de las películas que parodia queda patente cuando sabemos (aparece en los créditos) que utilizó el equipamiento original del laboratorio del doctor Frankenstein que ya vimos en las películas originales, cedido por su autor, Kenneth Strickfaden, que aún lo mantenía en su poder.

Sin ser una gran comedia –aunque también tiene defensores respecto a su supuesta excelencia–, Brooks y Wilder (éste pletórico en su interpretación) encandilan por la sinceridad y el cariño desde el que enfocan la parodia, por las constantes referencias cinéfilas y por alguna escena auténticamente genial, como el número musical que se montan el monstruo y Frederick Frankenstein para presentarse en sociedad. En dicho numerito (desternillante, por cierto) se canta la canción “Puttin´ on the Ritz”, que aparece (no por primera vez) en la película “Cielo azul” (Blue Skies, 1946), dirigida por Stuart Heisler y protagonizada por Fred Astaire y Bing Crosby. El número de baile que Gene Wilder y Peter Boyle representan en “El jovencito Frankenstein” está inspirado en el que Fred Astaire interpreta en dicho musical mientras canta la misma canción.

Mel Brooks volvería a parodiar el género años después; esta vez de manera bochornosa y execrable con “Drácula, un muerto muy contento y feliz” (Dracula: Dead and Loving it, 1995), donde aprovecha el éxito de Francis Ford Coppola con su “Drácula, de Bram Stoker” (Bram Stoker´s Dracula, 1992) para referenciarla sin ton ni son. Un subproducto disfrazado de otra cosa, que no tiene maldita la gracia y que sirve muy bien como medida del más que cuestionable talento de su autor.

Juan Andrés Pedrero Santos

Publicado originalmente en la revista SCIFIWORLD MAGAZINE, en su nº 21, correspondiente al mes de diciembre de 2009 y dentro de la sección "La máquina del tiempo".



lunes, 27 de diciembre de 2010

"THE WARD", lo último de John Carpenter


Tras ver “The Ward” y después de esperar casi una década para contemplar una nueva película de John Carpenter –“Fantasmas de Marte de John Carpenter” (John Carpenter´s Ghosts of Mars, 2001) fue la última aportación a su filmografía si obviamos las dos entregas televisivas integradas en las dos temporadas de la serie “Masters of Horror”– la primera sensación que le embarga a uno puede definirse como la tristeza de una inesperada decepción; más cuando personalmente soy incluso defensor de las virtudes de su ya citada anterior película, la que a no pocos sirvió para comenzar a perder las esperanzas en una evolución futura positiva de la carrera del director; no es mi caso. Dicha sensación de decepción, aunque posteriormente remite en buena parte, no obstante, no acaba de desaparecer del todo.

Carpenter siempre fue una cineasta directo, cuyo cine era básicamente aquello que se veía a primera vista, por mucho que fuera lo que también hubiera detrás; trasfondo que únicamente servía para dar más densidad y empaque a la aparente sencillez y superficialidad de su contundencia. Esto no sucede aquí. Bajo una factura formal sin tacha, más cercana a los productos plásticamente más estandarizados de su filmografía –“La cosa” (1982), “Starman” (1984), “Village of the Damned: el pueblo de los malditos” (1995),…– que a aquellos que devinieron en más personales y estilizados, de nuevo plásticamente hablando –“1997: rescate en Nueva York” (1981), “Vampiros, de John Carpenter” (1998), “Fantasmas de Marte de John Carpenter” (2001),…– y todo con independencia de los resultados globales de unos y de otros, Carpenter se entrega aquí a un juego argumental cuya explicación racional aclarará finalmente y disolverá después algunos de los aparentes defectos, incongruencias e incredulidades que genera su visión en primer término: ese manicomio lleno de chicas jóvenes y guapas siempre perfectamente vestidas y maquilladas; el supuesto fantasma que pulula por los pasillos con nocturnidad y que se presta a ser una propuesta manida y obvia que nos negamos a asimilar; la facilidad con la que el personaje protagonista (Kristen) consigue eludir los cerrojos de su celda/habitación y la vigilancia de los celadores intentando escapar,… ; todo muy en la línea del último Scorsese, “Shutter Island” (2010), con lo que se imaginarán ustedes que hasta aquí puedo leer.

El problema es que el viaje hasta alcanzar ese sentido que adquiere todo –última estación que no es un prodigio de originalidad a estas alturas– no mantiene el interés lo suficiente como para que lleguemos hasta él capturados por la historia. Por ello, cada minuto que pasa desde que se inicia la proyección hasta que todo comienza a ser explicado no satisface aquello que esperamos de quien nos ha dado tantas horas de buen cine. Así, lo que es su mayor virtud, al dar sentido en última instancia a una historia que no nos estábamos creyendo, es a su vez su peor defecto, pues elude esa contundencia de la que habitualmente rebosan las historias de Carpenter. Un truco de magia no es interesante por su resolución sino por la forma en que el mago es capaz de engatusarnos para hacernos creer que aquello que estamos viendo es real, o al menos lo parece. Hay por ello un exceso de sutilidad –no voy a llamarle desidia– que se desvanece en su ligereza, que no consigue crear la complicidad y la inercia necesarias a la hora de dejarnos llevar por la historia. Falta chispa, el discurso es perezoso y conformista, preocupado por la virtud de la apariencia pero indolente ante la falta de inteligencia y compromiso de la estructura de su guión y del marco conceptual de su argumento.

Es censurable igualmente (recordemos, estamos hablando de John Carpenter) la dependencia que se instaura respecto al susto fácil, a veces cantado (ese final…), como único y menesteroso recurso genérico. Algo impropio de un maestro de la narración y de las claves del cine de terror, que aquí, de alguna manera, como mínimo, peca de falta de eficacia y desgana, y, como máximo, se entrega al adocenamiento que genera la invisibilidad de aquellos elementos que hicieron de su cine un ejemplo de personalidad. Por otro lado, la temática tan oscura, triste y desagradable desvelada en su final viene cargada de un potencial siniestro que se pierde sin intento alguno de sacarle mayor partido; no se aprovecha en absoluto para aportar algo de atmósfera o unas necesarias briznas de sugerencia durante la trama, que al menos –considerada como una segunda opción– podría haber tenido la oportunidad de ser desarrollada con más detalle con posterioridad a toda la justificación argumental, ésta quizás precipitada en su exposición casi telegráfica, quedando esas ideas como cromos despegados en un álbum aun con muchas casillas vacías que rellenar.

Bien es cierto que los no defensores de “Fantasmas de Marte de John Carpenter” (2001) tenían motivos con los que avalar su disgusto/discurso; entre ellos –seguro que el más determinante– la escasa profundidad de la historia, con algunos de sus elementos representados tan solo por un grueso brochazo, así como una suerte de despreocupación o desinterés a la hora de insuflar de mayor empaque a un argumento que parecía tan solo hilvanado; cosa que en aquel caso hacía buenas migas con su aspecto formal, definitivamente pulp. Esto no sucede en “The Ward, donde esa aparente sujeción con pespuntes de los elementos integradores del guión desentonan con la factura realista, estándar y despersonalizada, carente de estilización aunque siempre correcta, que Carpenter nos regala en esta ocasión. Atributos estos –ligereza e impersonalidad– que, unidos sin más aditamento, sólo consiguen derivar en una película muy floja.

Juan Andrés Pedrero Santos

Publicado originalmente en la revista SCIFIWORLD MAGAZINE Nº 32 (Noviembre 2010)

viernes, 17 de diciembre de 2010

LE VIOL DU VAMPIRE (1967), de Jean Rollin


Ha muerto Jean Rollin. Hace un tiempo publiqué una reseña sobre una de sus películas en la web Pasadizo.com. Aquí la reproduzco. Cuando se quiere homenajear a alguien se suelen decir cosas bonitas, pero ¿es Jean Rollin alguien que merezca un sentido homenaje? Creo que no. No obstante, descanse en paz.

Primer largometraje del francés Jean Rollin, quien será siempre recordado por mezclar de forma recurrente el erotismo más explícito con el tema del vampirismo, todo enmarcado en una estética a medio camino entre lo kitsch y el sadomaso. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, este recuerdo dudo mucho que sea agradable si el espectador no fue testigo directo de la novedad que aportara su erotismo en los días de su estreno. Hoy, superadas las carencias a las que se sometía a la libido entonces, la opinión que se pueda tener de esta película no puede ser muy afortunada, pues sus rotundos defectos anulan cualquier otra consideración.

El cine, como un tipo de lenguaje muy concreto que es, tiene su propia ortografía, su forma correcta de hacer ciertas cosas, ya no por ser éstas generalmente aceptadas como tales, circunstancia que siempre debe ponerse en entredicho, sino porque la fuerza de la estética se impone por sí sola ante cualquier intento de contradecirla, por muy subversivos, revolucionarios, novedosos o sencillamente torpes que pretendan ser dichos intentos. Pues bien, aquí Rollin da todo un recital de analfabetismo funcional y mal gusto en cuanto a lo que a esa ortografía cinematográfica respecta. Obviando la falta absoluta de sustancia del relato, la inexistencia de personajes que puedan denominarse como tales y el aburrimiento tan desasosegante al que nos vemos sometidos, asistimos a la debacle que provocan la interminable sucesión de encuadres chapuceros hasta límites increíbles, un montaje que no merece tal nombre y continuas y desconcertantes roturas de eje.

Rollin intenta llevar al cine lo que bien podría haber sido una obra de teatrillo universitario de ínfulas rupturistas con derivas hacía el surrealismo muy propias de los turbulentos tiempos que vivía la cultura francesa de aquellos años sesenta, siempre siendo esto utilizado como excusa para la exhibición de señoritas ligeras de ropa; única razón a la que se le puede atribuir el relativo éxito comercial en los días de su estreno parisino. Sólo una cosa, sólo una, aporta algo de leve deleite a la visión de este engendro, y es cierta estética decadente que emana de los exteriores del castillo y del bosque donde se encuentra éste, diurnos todos ellos además, para contradecir la tópica codificación vampírica sin ni siquiera intentar el uso del fácil recurso a la noche americana; nada más.

Una cosa sí llama poderosamente la atención, y es que pese a ser una película realizada justo un año antes del estreno de La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968, George A. Romero), los primeros planos que nos ofrece Rollin recuerdan muchísimo a los minutos iniciales de la película de Romero, cosa que dada la cronología temporal de ambas no puede ser más que el fruto de una curiosa casualidad. En esta misma línea está cierto personaje al que vemos cruzar un rio y que bien podría haber sido uno de aquellos primeros muertos vivientes antropófagos que ya estaban a punto de llegar a las salas. Para redondear si cabe aun más su encanto, su visión nos hará recordar también ciertos bodrios a los que nuestro compatriota Jesús Franco nos tenía acostumbrados.

Juan Andrés Pedrero Santos