jueves, 25 de julio de 2013

"SCIFIWORLD MAGAZINE" Nº 64 (AGOSTO 2013)


Ya está a punto de caramelo el nuevo numero de SCIFIWORLD MAGAZINE. Mi aportación: un artículo sobre una de las películas menos difundidas de Tobe Hooper (merece una edición en dvd o blu-ray de manera urgente ya desde hace muchos años): La casa de los horrores (The Funhouse, 1981).

miércoles, 17 de julio de 2013

"STAR CRASH, CHOQUE DE GALAXIAS" (1978, Luigi Cozzi)

                       


Hubo un tiempo en el que la ingenuidad del público, todavía con tragaderas suficientes como para soportar ciertas cosas, era capaz de dejarse engatusar –parece que incluso con relativo gozo– por propuestas que ni siquiera contaban con la dignidad mínima para hacerlas merecedoras de algo de respeto. Yo, que por aquel año 1978 aun andaba fascinado con “La guerra de las galaxias” (Star Wars, 1977), no tuve el (dis)gusto de disfrutar en la fecha de su estreno de las virtudes de este “Star Crash, choque de galaxias” que llegaría tan solo un año después. Pensar que, como declara su propio director, Luigi Cozzi –Lewis Coates era el alias que utilizaba entonces para incorporar un poco más de engaño al asunto–, fue “la película italiana de ciencia-ficción de mayor éxito internacional de todos los tiempos” es algo que no hace justicia al engendro que hoy por hoy se muestra tal y como es.

Si bien el exploitation es una deriva asumida como lícita desde su cualidad de subproducto industrial (los ochenta fueron su época de mayor esplendor), con sus carencias (la escasez de presupuesto económico, siempre, y de talento, a menudo, obligaban) y con sus particularísimos objetivos (más crematísticos que otra cosa), algunas de las películas que podemos englobar dentro de ese fenómeno de raigambre especialmente italiana, dentro del contexto que representan, han sido capaces de alcanzar un estatus que en ocasiones ha llegado incluso al de “de culto”. Sus artífices, por empujados que estuvieran a sacarle un duro –decir una lira sería más apropiado– al éxito internacional del momento, ya sea éste “La guerra de las galaxias” (Star Wars, 1977), de George Lucas, “Los amos de la noche” (The Warriors, 1978), de Walter Hill, “Mad Max. Salvajes de autopista” (Mad Max, 1979), de George Miller, “Conan, el bárbaro” (Conan the Barbarian, 1982), de John Milius, o lo que se terciara, demostraron en ocasiones ser capaces de aportar cierto grado de intención artística, de innovación, de originalidad –dentro de unos límites– y de lo que debiera entenderse como lo más importante de todo, un poco de respeto hacia sí mismos primero y hacia su público después. Nada de eso encuentro en “Star Crash, choque de galaxias”, que ya en el mismo título utilizado para su explotación internacional –“Starcrash”, a secas, donde se intuye un ataque de perspicacia de sus distribuidores– parece tomarse a cachondeo su propia identidad en lo que respecta a la obligada comparación con la cinta de Lucas, cuyo éxito trata de aprovechar de forma desvergonzada y vergonzante.

La maniobra parasitaria perpetrada por Cozzi –que dirige y también guioniza– es de tal envergadura que incluso comienza su travesura del mismo modo que el éxito que le sirve de huésped: un plano del espacio estrellado es roto desde su margen superior con la entrada de una nave que lo atraviesa de parte a parte. Quizás como un síntoma de algo de pudor espera unos minutos para incorporar sobre el mismo fondo espacial, a modo de prólogo, una leyenda similar a la que iniciaba la icónica cinta que trata de imitar tan chapuceramente. Sólo comparables en su extrema modestia, los más escuetos recursos con los que contó John Carpenter en su ópera prima “Dark Star” [tv: Estrella Oscura; vd: Dark Star (Aluniza como puedas), 1972] tuvieron muchísima más prestancia, por no decir de una dignidad acorde a sus pretensiones. El resto de la trama no merece la más mínima atención; tanta es su miseria. Cozzi confunde la dirección cinematográfica con plantar una cámara moribunda ante un decorado ridículo, donde unos actores, que o no saben bien cual es su papel o no se creen nada de lo que hacen, representan estúpidas escenas huérfanas de pasión, credibilidad y sustancia, donde el único verdadero interés parece ser el de rellenar una serie de minutos con imágenes que algo tendrán que ver con lo plasmado previamente en un guión infecto, ofensivo por su falta de respeto al público e indigno para cualquiera que ame mínimamente el cine, intentando dar justificación al precio de esa entrada que el respetable, engañado o despistado, pagó en las taquillas de los años setenta.

La cosa no para ahí; un ridículo robot llamado “Thor” –quien convierte al “Robby” de “Planeta Prohibido” (Forbidden Planet, 1956), de Fred M. Wilcox, en un dechado de intelectualidad– tristemente trata de servir de correspondencia al C3PO de “La guerra de las galaxias”; y un villano de nombre “conde Zarth” –que rima con Darth [Vader]–, interpretado por un aquí patético Joe Spinell, son algunos de los despropósitos que hilvanan el conjunto. La abominación también se ceba, en menor medida, en otras obras importantes previas, en su caso ya desde los márgenes del homenaje cinéfilo –cosa que Luigi Cozzi era a pesar de todo–, evocando a “Invasores de Marte” (Invaders from Mars, 1953), de William Cameron Menzies, con esa cabeza pintada de purpurina verde y con tentáculos que hace de juez, así como a “El planeta de los simios” (Planet of the Apes, 1968), de Franklin J. Schaffner, a través del paisaje de la escena con las amazonas a caballo, o a algunas de las creaciones de Ray Harryhausen, que los diversos peligros animados mediante el stop motion (algo que al menos sí hay que agradecer a Cozzi) se encargan de recordarnos, del mismo modo que ya lo hacía de hecho la presencia de la bella Caroline Munro, que participó en “El viaje fantástico de Simbad” (The Golden Voyage of Simbad, 1973), de Gordon Hessler.

Precisamente es Caroline Munro y sus modelitos a lo “Vampirella” (la vampira extraterrestre originaria del planeta Drakulón que tan bien dibujo Pepe González y otros para los cómics de Warren Publishing) prácticamente lo único destacable de la cinta. Una intérprete más que discreta pero que siempre destiló una sincera simpatía y un singular encanto, además de una belleza que pese a sus entonces escasos treinta años de edad comenzaba ya a dejar entrever síntomas de cierta decadencia física en forma de amagos de michelín en glúteos y abdominales –decadencia que ya quisieran muchas para sí mismas–. En cuanto al resto de presencias glamourosas, imaginamos que el pobre Christopher Plummer se dejó engañar creyendo que la jugada iba a tener la trascendencia mediática y seguro que económica que reportó para Alec Guinness su participación en “La guerra de las galaxias”. Sorprende la presencia de un discreto John Barry en la banda sonora de este bodrio infumable, imagino que también engañado o con ganas de hacerle la competencia al John Williams de la cinta de Lucas, si no era para dar otras muestras de la generosidad que ya demostró grabando gratis la música del famoso primer corto de Ridley Scott “Boy and Bicycle” (1965); otra explicación no cabe. En cuanto a David Hasselhoff no se puede decir que su colocación en el reparto respondiera a su fama televisiva, aun inexistente, pues éste recién acababa de comenzar su carrera ¿artística? y aun le quedaban algunos años para protagonizar la serie televisiva que le dio fama, “El coche fantástico” (Knight Rider, 1982-1986), a la que le seguiría en visibilidad “Los vigilantes de la playa” (Baywatch, 1989-2001).

Aunque lo peor de la función es lo tremendamente aburrida que es la película por inerte, anodina y nula en esfuerzo narrativo e interpretativo, no se debe olvidar algo como los decorados y el vestuario –de la modestia de los efectos especiales no hablaré más, pues están dentro de lo que se supone en un producto de sus características y de su tiempo–. Cualquier televisivo programa infantil de media tarde, con ánimo de entretener a los niños antes de un bien merecido descanso nocturno y que asuma con deportividad su carácter casi paródico respecto al género, destila mayor imaginación, originalidad y empaque en esas dos disciplinas. En cambio, los decorados y el vestuario utilizados en el monstruo fílmico que tratamos aquí –dejando a un lado el que luce Caroline Munro– parece directamente elegido de entre lo disponible en el chino de la esquina (¡qué cascos!), de esos que compran hoy por hoy nuestros hijos para las fiestas de Halloween que organizan sus colegios.

Como la apuesta le salió tan bien, económicamente hablando, Cozzi (perdón, Coates) volvió a repetir similar estratagema a la sombra, primero, de “Alien, el octavo pasajero” (Alien, 1979), de Ridley Scott, y después, al rebufo del resurgir de la fantasía heroica auspiciado por el éxito de “Furia de titanes” (Clash of the Titans, 1981), de Desmond Davis, y del ya citado “Conan, el bárbaro” (1982). Así surgían de su estilizada pluma los libretos de “Contaminación: Alien invade la tierra” (Contamination, 1980) y “El desafío de Hércules” (Hercules, 1983), respectivamente, que por supuesto no dudaría en dirigir, o así. Los resultados, como no podía ser de otra manera, dentro de lo bochornoso no lo fueron tanto como en el caso de “Star Crash, choque de galaxias” –el listón estaba muy alto–, y la primera al menos tenía esa misma gracia que uno le puede atribuir al cine de Juan Piquer Simón.

Juan Andrés Pedrero Santos

(Publicado originalmente en la revista SCIFIWORLD MAGAZINE)





martes, 25 de junio de 2013

"SCIFIWORLD MAGAZINE" Nº 63- ESPECIAL STAR TREK


Este mes de Julio SCIFIWORLD MAGAZINE ofrece otro especial, en este caso dedicado a una franquicia mítica, que en su renacimiento está dejando muy buen sabor de boca. En cuanto a mi aportación, como siempre en la sección "La máquina del tiempo", me he desmarcado con una película muy interesante, a pesar de los bodrios previos que tiene el señor Jodorowsky: "SANTA SANGRE".

Ideal para leerlo en la tumbona¡¡¡

lunes, 24 de junio de 2013

"LA BELLA Y LA BESTIA" (LA BELLE ET LA BÊTE, 1946, Jean Cocteau)


 


Los cuentos infantiles siempre han sido un buen lugar donde acudir para hacer que la fantasía se exprese; con sencillez, empero en toda su plenitud, cargada de sugerencia y significado. Incluso a pesar de la dañina influencia y el persistente trabajo de acoso, derribo y adulteración al que con uñas y dientes siempre se entregó ese ente maléfico llamado Walt Disney Productions –una de las mayores lacras del siglo XX y pionero de esa moda de considerar a los niños como retrasados mentales–, es posible encontrar en la historia del cine algunos otros –estos sí– bellos momentos que ponen de manifiesto, en su más pura esencia, el hábil formato que siempre fue el cuento de hadas; primero en la literatura y luego, con menor abundamiento, en el cine. Tanto “La noche del cazador” (The Night of the Hunter, 1955), de Charles Laughton, como “En compañía de lobos” (The Company of Wolves, 1984), de Neil Jordan, son ejemplos de las buenas derivaciones que debe tomar tan añejo modo de contar una historia, con el acento puesto en los temas más universales a modo de leitmotiv, a menudo a través del uso de la alegoría y siempre cargada de ese sentido de lo maravilloso que los anglosajones bautizaron como sense of wonder. Si bien en los anteriores filmes citados se potenciaban de una manera más adulta elementos que siempre habían estado presentes, quizás enmascarados bajo cierta dulcificación pero siempre morbosos o siniestros en su esencia, en el caso de “La bella y la bestia” (La belle et la bête, 1946), de Jean Cocteau, el director francés se esfuerza en ser tan sutil que convierte la cinta en toda una delicia de elegancia.
Aun siendo capaz de dirigir propuestas tan insolentes y marcianas como esos –a mi entender fallidos– experimentos intelectuales, cercanos al nivel de abstracción que suele caracterizar a la poesía –disciplina que también cultivaba Cocteau– que fueron “Orfeo” (Orphée, 1950) y “El testamento de Orfeo” (Le testament d´Orphée, 1960), el director se enfrenta a ésta la más conocida versión cinematográfica del cuento original, escrito por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont a mediados del siglo XVIII, con una sintaxis más convencional que en otras de sus obras, capaz en este caso de enfocar el interés en la riqueza de matices de la historia y de la puesta en escena, pero amoldándose a los postulados de una narrativa más tradicional. El cuento de Beaumont ya tuvo una primera adaptación cinematográfica en la cinta francesa producida en 1899 “La belle et la bête”, sin que se conozca el nombre del director pero sí su compañía productora, la casa Pathé.

Ya los títulos de crédito iniciales, escritos con tiza por un muy visible Cocteau sobre una pizarra escolar, significan toda una declaración de intenciones respecto a lo que el respetable va a ver en la pantalla y al tono de apariencia naif que se pretende dirija la propuesta. Por otro lado, la intromisión/aparición del cineasta en ese momento inicial de la cinta es la rúbrica que demuestra hasta qué punto el francés se siente autor y, como tal, no va a plantearse siquiera renunciar a exhibir su ego artístico (seguro que superlativo) a través de ese protagonismo forzado que impone en esos primeros segundos de metraje, algo tan distanciado de los usos y costumbres que, por ejemplo, se estilaban entre los más modosos artesanos del cine americano que le eran contemporáneos.

Como en todos los cuentos infantiles, la introducción de la anomalía en un contexto de trivialidad conforma un mensaje más o menos críptico. En este caso, dentro de un previo entorno campesino, un padre angustiado por las deudas se esfuerza en mantener a sus tres hijas; dos de las cuales se dedican a vivir la vida de forma descuidada e indolentes ante los problemas de su progenitor, mientras la tercera (Bella) se entrega al cuidado de los suyos cual fregona cenicienta en espera de príncipe. El azar o el destino harán que haga aparición ese contexto de fantasía que representa Bestia junto a todo su entorno de lujo y magia. El padre de Bella, obligado a viajar de noche a caballo a través de los tortuosos senderos de un oscuro bosque, termina arribando a los contornos del castillo de la criatura antropomorfa. La llegada a tan espectral paraje recuerda a ese primer encuentro de Jonathan Harker con el castillo del conde Drácula, especialmente en la versión que Terence Fisher dirigió en 1958 para la Hammer. Como dice Gérard Lenne, «las fantasías infantiles, inmensos castillos y bosques gigantescos, están en la base de la temática horrorífica»[1].

La fantasmagórica escenografía da paso a la magia cuando hacen su aparición, en esa misma secuencia, unas manos que –recordando al Polanski de “Repulsión” (Repulsion, 1965)– surgen de la pared sirviendo de soporte a los candelabros que iluminan los corredores del castillo al paso del recién llegado. Esos mismos orgánicos candelabros darán la bienvenida a Bella en el momento en que acude ante Bestia para saldar la deuda mortal de su padre, adquirida a raíz de arrancar una rosa del jardín de Bestia con la que regalar a Bella. Durante su avance, los ligeros cortinajes que cubren los ventanales se mueven por efecto del viento de manera similar a como lo hacían en “El legado tenebroso” (The Cat and the Canary, 1927), de Paul Leni, o en “El hundimiento de la casa Usher” (La chute de la maison Usher, 1928), de Jean Epstein, adquiriendo así cierto goticismo.

Cocteau se esfuerza lo imposible en caracterizar lo maravilloso. Bella se transporta por esos pasillos como flotando sobre el suelo, deslizándose a través de ellos más que caminando; momento en que de nuevo nos viene a la mente más cine francés del bueno, pues de similar manera se desplaza la enmascarada Christiane (Edith Scob) de “Ojos sin rostro” (Les yeux sans visage, 1960), dirigida por Georges Franju, a través de las estancias del sanatorio de su padre. Un Franju que retomaría la imagen poético-fantástica que con tanto éxito plasmó aquí Cocteau, convirtiéndola ya en tradición en parte de su filmografía. Ante tanto contexto referencial no cabe duda de que el más histórico y escaso cine fantástico francés adquiere así un corpus con cierta personalidad y coherencia. Los momentos fantásticos no paran de sucederse a partir de este punto, y desde que mágicamente las ropas de campesina que viste Bella se tornan en un más noble vestuario una vez cruza el umbral de la puerta en brazos de Bestia, su belleza crecerá cada vez más ante nuestros ojos, sensualizándose –a partir de sus cada vez más lujosos vestidos y resaltada lozanía– a medida que el inicial rechazo por Bestia va transformándose en algo parecido al amor.

“La bella y la bestia” es el paradigma de un mito que insistentemente ha utilizado el cine fantástico, y cuyo más canónico exponente lo encontramos en “King Kong”, en cualquiera de las tres versiones estrenadas hasta la fecha (1933, 1976 y 2005). Además, no olvidemos lo vinculada que está “la Bestia” a la mitología licantrópica, donde sólo el amor de una fémina será capaz de anular la maldición del hombre lobo, quien no representa más que la liberación del instinto animal que atesora todo ser humano; mucho más cuando el aspecto de Jean Marais como Bestia parece una influencia bien notable para el maquillaje del licántropo interpretado por Oliver Reed en “La maldición del hombre lobo (The Curse of the Werewolf, 1961), de Terence Fisher, e incluso en menor medida para todas las diversas variantes del Waldemar Daninsky interpretado por el desgraciadamente finado Paul Naschy. Bestia representa la encarnación de la parte animal del hombre, especialmente en cuanto a lo sexual se refiere, parcela de la vida donde, en la intimidad, abrimos la jaula de ese ser salvaje y verdaderamente libre que (casi) todos llevamos dentro, dejándole de ese modo vagar por los páramos. En este sentido es didáctico acordarse de dos escenas claves; una es cuando Bella descubre a Bestia bebiendo en el río agachado como un perro; la otra acontece poco más tarde, cuando, mientras ambos pasean por el bosque, un gamo se cruza en su camino, y Bestia –visiblemente excitado– tiene que resistir el instinto cazador ante la mirada de su amada, que prevé inquisidora. Bestia sufre tanto con la visión de Bella y con la represión del deseo que se autoimpone que incluso echa humo –literalmente– ante su presencia, e insta a la mujer a desaparecer de su vista con celeridad, quizás para evitar así males mayores.

Bella (Josette Day), personaje que no se llama así por casualidad, se nos presenta por Cocteau como una mujer preciosa cargada de latente sex appeal. Pretendida por el joven Avenant (Jean Marais), sin que la doncella permita el paso a ese amor, será cuando Bella entre en los dominios mágicos de Bestia donde la alegoría primigenia del cuento será servida en bandeja. En ese lugar de ensueño Bella ve a los hombres (Avenant) como animales en celo, como monstruos feroces (Bestia), melosos de día pero cubiertos de sangre tras sus salvajes correrías nocturnas. Tanto Bestia como Avenant son interpretados por el mismo Jean Marais, lo que acerca su percepción ya no como las dos caras de una misma moneda, sino como el dúo formado por una realidad física (Avenant) y la materialización de su falso reflejo psicológico (Bestia) a ojos de Bella; y vuelvo a citar a Lenne: «la monstruosidad no es tributaria de sus apariencias, fealdad física no significa fealdad moral»[2]. Y sólo cuando Bella madura y acepta a los hombres como tales, la Bestia desaparecerá dejando paso a un príncipe azul. Como en la ya citada “En compañía de lobos”, la metáfora trata de hacer reflexionar tanto sobre lo que implica la primera menstruación de una adolescente, su despertar a la sexualidad, como sobre el subtexto que conforman los miedos incorporados a todo ese proceso de reconocimiento y superación del hecho biológico.

En 1994 el compositor norteamericano Philip Glass compuso una ópera cuyas canciones se amoldaban a los diálogos de la película. La representación en escena se acompañaba con la proyección de la cinta, ausente su banda sonora original y siendo ilustrada sonoramente por la ópera que se interpretaba al tiempo de su proyección en pantalla. Incluso se sincronizaban las voces de los cantantes respecto al movimiento de los labios de los actores cinematográficos. La versión restaurada de la película, acompañada de la opera de Glass como banda de sonido, se encuentra editada en dvd, convirtiéndose su visionado en una curiosa experiencia.


[1] LENNE, Gérard: El cine “fantástico” y sus mitologías. Editorial Anagrama (Barcelona, 1974); pág. 95.
[2] Ibídem; pág. 120.

(Publicado originalmente en la revista SCIFIWORLD MAGAZINE).

Juan Andrés Pedrero Santos

jueves, 30 de mayo de 2013

"COLIN ARTHUR. CRIATURAS, MAQUILLAJES Y EFECTOS ESPECIALES", de Víctor Matellano




Víctor Matellano, vuelve a las librerias con un nuevo trabajo. En este caso dedicado a Colin Arthur, uno de los grandes en lo que a efectos especiales clásicos se refiere. Aun lejano el momento en que la informática se instalara como una de las herramientas más utilizadas para representar mundos, seres y situaciones fantásticas, Colin Arthur, como otros de su generación, se valía de técnicas clásicas y sobre todo de mucha imaginación y trabajo duro para recrear aquello que una producción cinematográfica necesitara para hacer la fantasía realidad.

El recientemente fallecido Ray Harryhausen es el autor del prólogo de este volumen que servirá, con cientos de fotografias, bocetos y storyboards para enseñarnos el mundo de los efectos especiales desde dentro. 

(De la nota de prensa): "¿Qué tienen en común las criaturas de La historia interminable con la serpiente de gigante de Cónan el bárbaro, o con los miles de litros de sangre derramados por los pasillos del hotel de El resplandor...?.La respuesta: que todo ello fue realizado por un técnico en maquillaje y efectos especiales inglés, excelente escultor, que trabaja en películas tan importantes como Alien, El imperio del sol o La hija de Ryan. Su nombre, Colin H. Arthur.

En sus memorias, Arnold Schwarzenegger cita tres nombres importantes en el rodaje de Cónan. Junto al de Ron Cobb, y Terry Leonard, el de Colin Arthur. El libro Colin Arthur. Criaturas, maquillajes y efectos especiales de Víctor Matellano, repasa la apasionante trayectoria de Arthur desde sus inicios como escultor en el londinense museo de cera de Madame Tussauds. Cómo colabora con Stuart Freeborn, el creador de Yoda de la serie Star Wars, para idear y fabricar los simios de 2001, una odisea del espacio. O cómo maquilla a Vincent Price para transformarle en el Dr. Phibes. O su decisiva colaboración con el mago los efectos especiales, Ray Harryhausen, en películas tan memorables como El viaje fantástico de Simbad o Furia de titanes."

EL LIBRO SE PRESENTA EN EL MARCO DEL FESTIVAL DE CINE FANTÁSTICO DE MADRID "NOCTURNA", al que en esta su primera edición ya le deseamos lo mejor, como se merece ese sueño hecho realidad que ya es para muchos madrileños aficionados al cine fantástico, que tanto añoramos el ya hace décadas fenecido IMAGFIC. Aprovecho también para desear mucha suerte a los máximos responsables de este festival recien nacido: José Luís Alemán, Sergio Molina y Luis M. Rosales, ayudados de manera infatigable por Raul Gil Toural y Josep María Contel, cada cual en sus labores. Felicidades por la propuesta.


lunes, 29 de abril de 2013

SCIFIWORLD MAGAZINE Nº 61 casi ya a la venta¡¡¡


En breve estará a la venta el nuevo número de la revista SCIFIWORLD MAGAZINE, concretamente el 61, correspondiente al mes de mayo. La portada es exhuberante y preciosa, aprovechando el extraordinario cartel diseñado para el nuevo festival de cine NOCTURNA, que indirectamente mucho tiene que ver con la revista (algunos de los responsables de uno y otra son los mismos), con lo que podeis imaginar ya su futura calidad.

Mi aportación de este mes en la sección "La maquina del tiempo" está dedicada a NOSFERATU. PRINCIPE DE LAS TINIEBLAS (Nosferatu a Venezia, 1988), una interesantísima película italiana protagonizada por Klaus Kinski con la maravillosa Venecia como telón de fondo; una película que, pese a sus diversos defectos, tiene una gran personalidad.
 

viernes, 19 de abril de 2013

NOCTURNA PREMIARÁ A JOE DANTE¡¡¡ y lo tendremos en Madrid¡¡¡




El director de clásicos del género como Gremlins o The Howling recibirá el premio Maestro del Fantástico en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Madrid
El aclamado director de títulos como Piranha, The Howling, Twilight Zone: The Movie, Innerspace, Small Soldiers o Masters of Horror, entre muchas otras, visitará Madrid para recibir el premio Maestro del Fantástico en Nocturna 2013 como reconocimiento a su carrera.
Nacido en Morristown, Nueva Jersey, el 28 de noviembre de 1946, Joe Dante comenzó su carrera en el cine con el productor Roger Corman, al igual que James Cameron o Francis Ford Coppola. Su primer largometraje, Piranha, se estrenó en 1978. Tras el llegaron The Howling, y las producidas por Steven Spielberg, Twilight Zone: The Movie y por supuesto, Gremlins, en 1984, con Chris Wallas creando las criaturas. Tras el enorme éxito del film Dante volvió a trabajar con Spielberg en Innerspace y Gremlins 2: The New Batch. Su último film ha sido The Hole 3D y actualmente prepara dos nuevos títulos que comenzará a filmar próximamente.
FILMOGRAFÍA SELECCIONADA COMO DIRECTOR


  • The Movie Orgy (1968)
  • Piranha (1978)
  • The Howling (1981)
  • Twilight Zone: The Movie (1983)
  • Gremlins (1984)
  • Explorers (1985)
  • Innerspace (1987)
  • The Burbs (1989)
  • Gremlins 2: The New Batch (1990)
  • Matinee (1993)
  • Small Soldiers (1998)
  • Masters of Horror: Homecoming (2005)
  • Masters of Horror: The Screwfly Solution (2006)
  • The Hole 3D (2010)

Próximamente se anunciarán más títulos e invitados para el Festival Internacional de Cine Fantástico de Madrid, NOCTURNA 2013 que tendrá lugar del 3 al 9 de junio en los cines Palafox de Madrid.

Nocturna 2013 es una producción de La Cruzada Entertainment, con la colaboración de Scifiworld Entertainment, y el patrocinio de Eset y Ediciones Babylon.
Más información en www.nocturnafilmfestival.com

viernes, 5 de abril de 2013

NOCTURNA 2013, un nuevo Festival de cine fantástico llega a Madrid, !por fin¡



Nota de prensa: NOCTURNA 2013 presenta su cartel oficial, obra de Manuel Bejarano, inspirado en una conocida película dirigida por el realizador norteamericano George A. Romero.
El Festival Internacional de Cine Fantástico de Madrid presenta su cartel oficial, creado por el artista Manuel Bejarano, que muestra a una nutrida representación de iconos del fantástico haciendo cola para recoger sus entradas para Nocturna, en un curioso juego con el cartel de la película Creepshow, dirigida por George A. Romero en 1982, en el que cambia el punto de vista de la cabina.
El Festival Internacional de Cine Fantástico de Madrid, NOCTURNA 2013 tendrá lugar del 3 al 9 de junio en los cines Palafox de Madrid.
Nocturna 2013 es una producción de La Cruzada Entertainment, con la colaboración de Scifiworld Entertainment, y el patrocinio de Eset y Ediciones Babylon.
Más información en www.nocturnafilmfestival.com

martes, 2 de abril de 2013

HOMENAJE A JESÚS FRANCO


"En un muy determinado momento de mi infancia, el cual sólo consigo acotar temporalmente por una serie de referencias vitales pero que en ningún caso puedo concretar con la exactitud requerida, quedó grabado en mi memoria el imperecedero recuerdo de un hecho trascendental, quizás luctuoso, para el resto de mi existencia. Entre esas referencias vitales, sin duda la más determinante, está la absoluta certeza de la sala de cine en que todo sucedió, la de mi antiguo barrio, ya desde hace años convertido en bingo como tantas otras salas alejadas del centro de la capital y caídas en desgracia tras el auge del mercado videográfico. Sigo todavía hoy sin entender como a esa tierna edad, calculo que entre los seis y siete años, y dadas las características del evento, los responsables de la sala permitieron mi acceso a la misma, donde tuve el dudoso honor de presenciar la que desde hace ya un tiempo conseguí identificar como la primera película a cuya proyección tengo conciencia de haber asistido en una sala oscura. Tamaño acontecimiento, por oscuros e inescrutables designios del destino, no podía haber tenido mejor, o peor según se mire, elemento de iniciación. Tan tierno infante se encontraba allí, acompañado de su abuelo Andrés, hombre prudente, templado y sabio como pocos, y que en aquel preciso momento seguramente no tenía ni puñetera idea de lo que estaba haciendo y de las consecuencias fatales que dicho acontecimiento tendría para su querido nieto. La película en cuestión era nada más y nada menos que la sin par "Drácula contra Frankenstein" (1971, Jesús Franco).

A partir de esa espiritual e increíble experiencia comprenderá el lector, a poco conocimiento que tenga de dicha obra cinematográfica, que la magnitud de las secuelas fueran tan imborrables como profundas y, entre otras cosas, el motivo, quizás como forma de liberación psicológica, de que esto que está leyendo y las páginas que le siguen hayan llegado a ver la luz.

Todavía recuerdo como mi mente virgen intentaba asimilar las increíbles imágenes que aquella gran pantalla lanzaba sobre mis ojos deslumbrados por el resplandor, como esa extraña narración atropellada y casi silente conseguía fascinarme de una manera que posiblemente, en su abstracción, sólo pueda hacerlo a la mente de un niño, desnudo de prejuicios, libre de cualquier otra referencia con la que comparar, inocente ante la natural perversidad de algunos adultos capaces de crear tanta vileza, asistiendo al espectáculo servido por un hombre lobo contrahecho y de bochornoso aspecto, el primer hombre lobo que veía en mi vida, saltando como si dispusiera de muelles sobre la chepa de un ser de cabeza cuadrada, traje de chaqueta y zapatones de buzo profesional, de los de escafandra, que luego supe que representaba, o al menos eso es lo que parecía pretender, al desdichado monstruo creado por el doctor Frankenstein; todavía me estremezco ante el recuerdo, luego renovado por culpa del dvd, de imágenes tan escalofriantes.

Esa experiencia, en un primer momento, pasó sin pena ni gloria por mi todavía corta trayectoria vital; no obstante, con el paso de los años, comprendí que había quedado grabada a fuego en el recoveco más oscuro de mi cerebro, agazapada, como un incipiente tumor esperando el momento propicio para su fatal desarrollo, empapándolo todo y tomando poco a poco posesión de todo mi ser.

Aunque real como la vida misma, lo anteriormente expuesto siempre se mantuvo en mis recuerdos de una forma un tanto dispersa, como adquirido durante un estado de conciencia distinto a la vigilia, sin duda causado por lo alucinógeno de los delirantes planos que me fueron obsequiados por el tío Jess; así descubrí más tarde que se llamaba el ínclito."

Fragmento de la introducción de mi libro "TERROR CINEMA" (Calamar Ediciones, 2008)

Juan Andrés Pedrero Santos