Cuando uno lee u oye decir, a
quien ha sobrevivido a un ser querido, cosas parecidas a aquello de “espero que
estés bien allá arriba”, “se que me estarás viendo y queriendo desde el cielo”,
o cosas similares, me pregunto –pregunta retórica, pues tengo clara la
respuesta– si alguien ateo perdido o ateo guerrillero, como me gusta
definirme, diría o pensaría cosas así. No sé si quien dice o tiene pensamientos
parecidos es consciente de que, quizás, su forma de enfocar el asunto no es más
que simplemente una forma de decir que el ser querido fallecido, perdido para
la eternidad en todos los sentidos desde el punto de vista del difunto, sin embargo
siempre estará presente de algún modo –¿vivo?– en quienes le sobrevivimos, y
sólo mientras sobrevivamos; que siempre nos acompañará con su recuerdo, con los
bienes materiales que le pertenecieron, con los hijos en común, que, en ese
caso sí, son una parte física de quien ya se fue. Y, efectivamente, estoy
seguro de ello, si tengo la desgracia o la fortuna de sobrevivir a quienes
tanto quiero, sé que nunca les olvidaré, por mucho que sea el dolor en el
principio de esa nueva relación que vaya a tener con ellos; o siendo coherente
conmigo mismo, con mis recuerdos. Luego siempre quedará el amor.
En el caso de enfermedades como
el cáncer, que te permiten un período de reflexión sobre el asunto antes de un
desenlace final que en ese caso nunca es inesperado, el
sentimiento antes descrito se anticipa, y siempre, como desgraciada
compensación, quien, con seguridad o sin ella, pueda -en el peor de los casos- tener su destino en un fallecimiento prematuro será capaz de
disfrutar de todo lo que le podamos o queramos aportar, ayudar o demostrar en
esos últimos días.
José Manuel Serrano Cueto ha
sabido dejar en los planos de su corto “Pelucas” un registro, meticuloso por lo
concreto, sentido por lo particularizado y elegante por su falta de
exhibicionismo, de esa historia de amor renovado en que se convierte un drama
como el que, por desgracia, él mismo ha sentido en sus propias carnes. Y esto
no es una frase hecha; cuando alguien, que es tan cercano a ti, se ha
introducido tanto en tu cuerpo y en tu mente como un hijo o una pareja –"dos que
duermen en un mismo colchón se vuelven de la misma condición", que se dice con
buen tino– sus padeceres, sus pérdidas y sus tribulaciones se convierten en las
tuyas, y la desaparición de esa persona es como la desaparición de parte de uno
mismo, con el consuelo o la penuria de que otras partes quedan en este mundo para llorar su
pérdida. Tan ambigua, desconcertante y contradictoria parece esa sensación que
uno quiere imaginar como un acercamiento virtual a la locura.
Uno, acostumbrado a ver cortos de
toda condición, no puede más que sorprenderse y maravillarse de la calidad que
son capaces de aportar actores profesionales bien dirigidos, a diferencia de
talentosos y esforzados aspirantes que todavía no las tienen todas consigo. En
eso “Pelucas” señala el valor fundamental de unos actores ya no se si
decir buenos pero sí verdaderos interpretes, capaces de articular los mecanismos de un arte que
ya dominan con soltura, como demuestran Lola Marceli y Cuca
Escribano.
José Manuel, puesto su objetivo
en el corto en sí mismo como vehículo de expresión de una idea, desaparece tras
la cámara, se escabulle de esa tentación que tan comprensible y tan lícita hubiera
sido en alguien que consigue llevar a buen puerto sus primeros trabajos en la
pantalla –por pequeña que ésta sea– y difumina voluntariamente la arquitectura
de su labor de dirección para dejar todo el protagonismo, nunca mejor dicho, en
las dos actrices que soportan todo el peso de un drama expuesto sin aspavientos, sufrido incluso con la utilización de
unos agresivos primeros planos que nos hacen ver el cansado fondo de los ojos
de María Fornell, el personaje a quien da vida Marceli.
Pero the show must go on, y
Serrano Cueto elige en el final que delimitan los títulos de crédito un doble
mensaje, nunca contradictorio. Por un lado el acompañamiento musical de la
recreación de un cóctel post entrega de premios se torna alegre, disímil de lo
escuchado minutos antes; pero también hay como colofón un recuerdo privado de José Manuel para
quien siempre será su compañera y la madre de sus hijos. La combinación
perfecta: el recuerdo, sí, pero, cuando el tiempo lo permita, si no desde la
alegría, al menos desde la paz.
Juan Andrés Pedrero Santos
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