A fin de mes estará a la venta el nº 60 de SCIFIWORLD MAGAZINE, que cumple 5 años si no se me ha olvidado multiplicar. Mi aportación este mes es un artículo sobre uno de los primeros largometrajes de Michael Haneke: EL VIDEO DE BENNY, donde ya mostraba a las claras la tendencia que iba a seguir durante toda su carrera.
Un blog de Juan Andrés Pedrero Santos donde hablar sobre cine y otras cosas.
sábado, 23 de marzo de 2013
domingo, 24 de febrero de 2013
"SCIFIWORLD MAGAZINE" nº 59
La revista cambia este mes de fecha de salida, que estará a la venta justo sobre final de mes. Mi aportación en este número, como siempre en la sección LA MAQUINA DEL TIEMPO, está dedicada a "Los viajeros de la noche" (Near Dark, 1987), dirigida por una señorita que quizás, en la noche en que esto se escribe se lleve algún Oscar: Kathryn Bigelow . Yo espero que no, pues me parece, sobre todo en su cinta candidata para este año, que está tremendamente sobrevalorada. No obstante, en el caso de la cinta a quien dedico el artículo de la revista, aun con sus peros, hace una película muy interesante y digna de ver.
viernes, 8 de febrero de 2013
"CONTRA EL TIEMPO", de José Manuel Serrano Cueto: ¡A POR EL GOYA!

La película documental de mi amigo y colega José Manuel Serrano Cueto, nominada al Goya, espera ansiosa el resultado de las votaciones que se dará a conocer en unos días. Pocas veces me he sentido tan ilusionado por el posible premio de un amigo como en este caso. Por eso le deseo desde aquí lo mejor; a él, a su mujer y a sus dos hijos. Se que se encuentran como en una nube, en un sueño. ¿Y si el sueño se hace realidad? El premio ya no de la nominación, que ya es mucho, muchísimo, sino el de haber dirigido una película, por modesta que sea, ya lo tiene. Esperemos que no sea el último.
¡Ánimo Jose! A por ellos y a disfrutarlo, estoy contigo.
Dejó a continuación la reseña que publiqué en la revista SCIFIWORLD MAGAZINE; y no es amor de amigo...

CONTRA EL TIEMPO, Un documental de José Manuel Serrano Cueto.
Aunque se trata de un proyecto que en sus orígenes barajaba
mayores pretensiones de las que finalmente tuvo –se truncaron las expectativas por la crisis
económica en que nos vemos inmersos ya desde hace unos años–, la falta de la
financiación inicialmente esperada lastró pero no frustró las ilusiones que
tanto su director, José Manuel Serrano Cueto, como su productor, Carlos
Taillefer (Utopía Films, S.L.), habían puesto en este ameno documental.
El empeño primigenio de ambos era recordar y rendir homenaje
a una serie de actores secundarios que, en la mayoría de los casos, tuvieron su
particular momento de gloria al trabajar en algunas de aquellas películas de
género (western y terror, sobre todo)
que se rodaron en España en las décadas de los sesenta y setenta en régimen de
coproducción; aunque el caso de García Rimada, recientemente fallecido, fue
algo más tardío. Eso lo han logrado. No se trata tanto de realizar un homenaje
a aquel tipo de cine –que también– como de servir de tributo a unos nombres y a
unos rostros muy concretos pero que no dejan de ser la representación de un
colectivo mucho mayor. Nombres como los de Ricardo Palacios, Antonio Mayans,
Fernando García Rimada, Lone Fleming, Mabel Escaño, Carlos Bravo y Aldo
Sambrell –éste último de modo diferente a los otros– se pasean por la pantalla
contando sus recuerdos, sus experiencias y, de algún modo, la transformación
que sufrieron sus vidas tras aquellos años de trabajo. Serrano Cueto dramatiza
el enlace de unas entrevistas con otras utilizando al joven actor Antonio Mora
–“La caja 507” (2002, Enrique Urbizu), “Celda 211” (2009, Daniel Monzón),
“También la lluvia” (2011, Icíar Bollaín), “Silencio en la nieve” (2011,
Gerardo Herrero)– como hilo conductor, siendo éste quien busca y se encuentra
con los diversos actores en localizaciones de Madrid y Málaga.
Es más un retrato humano que cinematográfico; en realidad
no importan quienes sean esos rostros que hablan del pasado, el director no
pone mucho empeño en contextualizar gráficamente aquellos buenos y viejos
tiempos –sólo unas pocas fotografías antiguas ilustran ese punto de vista–,
sino que se entrega a la tarea de retratar a esas personas como testigos vivos
del paso del tiempo. Sobre todo el metraje sobrevuela un aire melancólico pero
no complaciente. Los viejos logros se recuerdan con añoranza, pero también se
muestra un optimismo y una conformidad con el presente. Constantemente flota en
el ambiente lo implacable del paso del tiempo –el título del documental no pudo
ser más significativo–, todo aquello que significa para la evolución (o
involución) de la vida de una persona. Se recorren así en toda su extensión las
arrugas marcadas por el cansancio, por la vejez o por la tristeza de todos
aquellos actores que un día vivieron un sueño, y que hoy –en el mejor de los
casos, que no es el más numeroso– disfrutan de una cierta tranquilidad. En
realidad esos actores se utilizan como una excusa para representar un paisaje
mucho más universal y que al final a todos nos tocará vivir.
Emotivo, sereno y clarificador documental (muy bien
acompañado de una pertinente música de Dolores Serrano Cueto) que merece más
apoyo y mejor suerte de la que una distribución menesterosa será capaz de
regalarle.
Juan Andrés Pedrero Santos
sábado, 2 de febrero de 2013
"EL AÑO PASADO EN MARIENBAD" (1961, Alain Resnais)
Para centrarnos,
partamos de la idea de que todo el cine es fantástico desde el momento en que materializa
en imágenes una ficción; pero no todo el cine es Cine Fantástico. No solo las
historias de hombrecillos de Marte, de vampiros, de monstruos antediluvianos,
de batallas espaciales, de fantasmas o de casas encantadas –por citar algunas temáticas
recurrentes– conforman la nómina de elementos que son generalmente aceptados
como propios de esa parcela genérica. La adscripción al género también viene
dada por el tratamiento formal de cualquier materia o historia, que si es narrada
cinematográficamente de un modo que se aleja del naturalismo, de lo
convencional, acercándose a lo irreal, a lo sugerente, a lo anómalo, a lo
ambiguo o a lo imposible, puede verse abocada a asimilarse como propia de esos
terrenos nebulosos y relativamente indefinidos de lo fantástico. Por mucho que
el significante esté representando por algo aparentemente de lo más trivial, su
significado, a partir de una especial plasmación en imágenes, puede adquirir
esa connotación. En ese punto se encuentra “El año pasado en Marienbad”.
Difícil es ya de
entrada intentar describir el significado de “El año pasado en Marienbad”, pues
no parece existir ninguna intención por parte de su director –Alain Resnais– de
evidenciarlo. Al contrario, más bien se esfuerza mucho en dispersar, en
disfrazar, en encriptar, e incluso –en última instancia– en anular cualquier posible
sentido al alcance de lo racional. Posiblemente ni siquiera existe ningún
significado, quizás lo único que pretende es un juego con las emociones;
aunque, para ser eso, destaca precisamente por una evidente asepsia en su tono.
¿Quiénes son todos esos impasibles personajes que aparecen en la cinta de
Resnais?, ¿son muertos, vivos, fantasmas, sueños o pesadillas? La respuesta:
cualquiera de ellas o todas a la vez; o incluso ninguna de las citadas. De tal
calibre es la incógnita que se nos presenta; algo que hará las delicias de esos
cinéfilos, críticos o simplemente aficionados al cine a quien les pesa tanto la
intelectualidad mal entendida que no son capaces de discernir entre la pose y
lo genuino, entre el bodrio y el entretenimiento. Aunque “El año pasado en
Marienbad” inicia con soltura tan funesto camino de confusión, tampoco pienso
que deba atribuírsele el llegar hasta esos límites, pero ay ay... Tal vez va
siendo hora de defenestrar ciertos mitos o falsos iconos; tal vez.
No en vano,
cuando una vez terminado su montaje se presentó a los distribuidores, estos no
la quisieron estrenar. Comenzó así su periplo en pases privados para diversas
personalidades de la cultura francesa, gustando a unos más que a otros. Sólo
cuando la película ganó el León de Oro en el Festival de Venecia de 1961 vio la
puerta abierta a una distribución comercial.
1.- Defender una sinopsis de la película supone a todas luces una
actividad de alto riesgo. Pero vamos a intentarlo, al menos desde un punto de
vista impresionista y convencional, literal. La acción se sitúa en lo que
parece ser un hotel de lujo o establecimiento similar, cuyos huéspedes son
mostrados de una forma anómala. Tres personajes (dos hombres y una mujer)
acaparan los diálogos y ocupan los escenarios. La delirante repetición de la
voz en off y de ciertas situaciones
nos deja intuir que existe cierto problema de infidelidad, seguramente no
carnal, más bien aparenta emocional. La insistencia de uno de esos hombres en
reclamar a la mujer que le acompañe y que deje al tercero en discordia, su
marido, es la escueta línea argumental que podemos encontrar. No hay más. El
resto son fuegos de artificio, sorprendentes los primeros quince minutos, pero
que a partir de ahí pierden fuelle y consiguen agotar. Todo ese nimio contenido
argumental se intuye más como una excusa –que pudiera haber sido intercambiable
por cualquier otra– con la que Resnais pone en marcha un experimento fílmico no
exento de pretenciosidad. Acogiéndose a esta línea, algunos han tildado a “El
año pasado en Marienbad”, directamente, de tomadura de pelo. Los años sesenta
fueron tiempos de cambio y experimentación en muchos aspectos de la sociedad
occidental (la guerra de Vietnam, la Nouvelle Vague, la revolución cubana, el
movimiento por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, mayo del
68,...), y el cine fue uno más de ellos, siendo esta cinta un producto de aquel
contexto.
2.- El
experimento que supone “El año pasado en Marienbad” es eminentemente narrativo.
Comienza con unos parsimoniosos y bellos travellings (muy recurrentes en su
autor) que muestran la suntuosa decoración del lugar, sus lámparas, sus
pasillos, sus habitantes,... Todo en un principio aparenta fascinante. Más
tarde, el descubrimiento de la vacuidad que entraña la película, a fuerza de
insistir sobre un mismo concepto creativo –válido para un cortometraje, quizás
soportable para un mediometraje–, se torna insufrible y excesivo durante 94
minutos, pues nada hace avanzar lo limitadísimo de su ¿argumento?. ¿Que el
objetivo de Resnais no era contar una
historia, sino transmitir unas sensaciones? Pues digamos entonces que la
sensación que transmite, una vez pasado el impacto inicial, es algo muy cercano
al tedio.
Cierto es que
Resnais, en un primer momento, consigue atraparnos con la belleza de sus
imágenes, con la linealidad y limpieza de sus encuadres, con sus composiciones
geométricas, con sus movimientos de cámara, con la pictórica planificación de
algunos exteriores y con el misterio que aflora de la forma en que muestra a los
personajes. Pero todo acaba siendo un espejismo. La sugerencia se convierte aquí
en un fin y no en un medio, perdiendo de ese modo su función; lo que delata un
afán exhibicionista y una pretenciosidad desbocada. Al final todo se resume en
un truco de ilusionista con ánimo de epatar. La relación de la película con el
espectador abandona ese objetivo tan tradicional que es el de contarle una
historia, para –en cambio– jugar con él al escondite. También abandona –lo cual
es muchísimo peor– la todavía más tradicional y esencial meta del cine y de
cualquier arte popular: entretener. Aquí, pasada como he dicho la sorpresa
inicial, sólo se consigue el hartazgo. Esa desunión respecto al lícito,
necesario y, ¿por qué no?, suficiente objetivo de entretener bien pudiera ser
una declaración de intenciones de Resnais, quien parece enfrentarse al cine desde
un punto de vista tan radical como eminentemente intelectual, alejado de las
verdaderas emociones y encapsulado en el mundo de los conceptos –el resto de la
filmografía de Resnais que conozco no contradice en nada esta opinión–. Hace
así una película para las minorías entre las minorías, nada defendible –e
incluso reprochable– desde ese sentido de lo popular que, aun revolucionándolo,
siempre asumieron y practicaron algunos de sus compañeros de generación y
nacionalidad (Truffaut, Godard, Rohmer,...). Se amarra así a un discurso muy
alejado de lo convencional; lo cual es sin duda estimulante y de agradecer,
pero con el handicap de no tener en cuenta (o, habiéndolo tenido, mostrando
desprecio por ello) que el cine es un arte íntimamente unido al tiempo, al paso
de los minutos. No se trata de un arte estático como la pintura o la escultura
–ajeno por tanto a la muy particular dimensión que le aporta el elemento “tiempo”–,
por lo que las carencias relacionadas con el ritmo penalizan sobremanera
cualquier abuso. Una de las principales preocupaciones del francés, además del
cuestionamiento de la relación de pareja, parece rondar en torno precisamente a
ese intento de romper el tiempo fílmico tradicional hacia una forma de
asimilación del modo en que percibe el tiempo la memoria. Algo sin duda muy
peligroso cuando se trata del Séptimo Arte, pues choca frontalmente con la esencia
misma de uno de sus principales soportes narrativos.
3.- Tanto los fantasmagóricos huéspedes como el propio lugar y
los movimientos de cámara que Resnais utiliza para mostrárnoslos recuerdan al
Kubrick de “El resplandor” (The Shining, 1980) y a su hotel Overlöok. Allí
existía una ambigüedad que aportaba atmósfera a la historia; pero en este caso
no existe tal historia, tan solo hay exhibicionismo y/o un más que discutible
intento de experimentación narrativa.
Si tal cosa
tenía cierto protagonismo dentro de la intención del director francés, la sensación
de claustrofobia, de encierro, que desprende en alguna medida la situación que
parecen vivir los personajes de “El año
pasado en Marienbad” –encerrados en el tiempo además de en Marienbad– tiene un
nexo de unión con su contemporánea “El
ángel exterminador” (1962), de Luis
Buñuel, quien curiosamente había declarado que “a veces he lamentado haber rodado en México “El ángel exterminador”. Lo
imaginaba más bien en París o en Londres, con actores europeos y un cierto lujo
en el vestuario y los accesorios”[1]. Buñuel
atinaba con su intento de metáfora desasosegante; Resnais opta en cambio por
una inclasificable abstracción, cuyo posible/supuesto significado es de difícil
visibilidad.
Los juegos que
Michael Haneke se permitía en “Funny Games” (Funny Games, 2007), rompiendo los
convencionalismos narrativos asumidos frente al espectador (la ruptura de la cuarta pared para que el personaje se
comunique directamente con el público), o que Mario Bava utilizaba como
anécdota en “Operazione Paura” (1966) (la persecución de un personaje
traspasando a la carrera puerta tras puerta, hasta alcanzarse a sí mismo en una
prodigiosa idea visual que constituía toda una fractura espacio-temporal dentro
de ámbito fílmico) constituyen ejemplos similares en cuanto al desconcierto que
generan algunos momentos de “El año pasado en Marienbad”.
En los casos
anteriores prima lo anecdótico, pero en la película de Resnais lo anecdótico se
convierte en generalidad. Con todo –y como ya había hecho en la interesante y algo
más convencional, pero a la postre igualmente reiterativa, “Hiroshima mon
amour” (1959) y en el espectacular bodrio que es “Te amo, te amo” (Je t´aime,
je t´aime, 1968)–, Resnais trata de dislocar el sentido del tiempo gracias al
montaje, creando una especie de bucle donde la idea literal del argumento
(cualquiera que sea la que su autor haya pretendido) es repetida una y otra
vez, simplemente con cambios en el vestuario de los personajes, en el punto de
vista de la cámara o en el lugar físico donde se desarrolla la acción. Como coartada
para su función experimental está bien, como modelo de renovación de la formas
de narrar es un intento estimable, pero aburre tanta insistencia sobre lo
mismo, sin suficiente anchura y empaque en su discurso, no terminando de llegar
a ningún lado.
No parece éste
(el de Resnais) un camino fértil si se quiere ir más allá de la anécdota. Un
traje elegante no es nada si no tiene un cuerpo que vestir; no es más que algo
que contemplar en un escaparate. Pero para gustos los colores, que se dice, y
el prestigio de “El año pasado en Marienbad”, justo o injusto, ahí está.
Juan Andrés Pedrero Santos
(Publicado originalmente en la revista SCIFIWORLD MAGAZINE)
miércoles, 2 de enero de 2013
"LAS COLINAS TIENEN OJOS" (1977, Wes Craven)
De entre los enfants terribles del cine fantástico americano que comenzaron a despuntar en los años setenta, convertidos en mitos décadas después, y entre los que se encuentran con mejor o peor fortuna George A. Romero, John Carpenter, Brian De Palma, Tobe Hooper, Steven Spielberg, David Cronenberg y Wes Craven, es este último el que ha evolucionado de peor manera y el que más ha visto como el paso del tiempo ha servido para desenmascarar una falta de talento sólo redimida por el relativo carácter trasgresor de alguna de sus primeras películas y por haber creado un personaje mítico e icónico para el cine de terror moderno, como es Freddy Krueger. Dicen que a cada cerdo le llega su San Martín, y no cabe duda de que ya hace algunos años que sus menesterosos méritos le han colocado en el lugar que le corresponde: muy alejado del resto de representantes de tan insigne generación; eso sí, seguido de lejos por Romero (Hooper, pese a su irregularidad, tiene películas magníficas en su haber).
Si bien la muy rentable “La ultima casa a la izquierda” (The Last House on the Left, 1972) –ópera prima de Craven que parece costó unos ridículos 90.000 dólares y recaudó más de 10 millones en todo el mundo– debe ser considerada, en cierto modo, un puntal para el desarrollo del género en los años posteriores a su producción –haciendo compañía a la mucho más valiosa “La matanza de Texas” (The Texas Chain Saw Massacre, 1974), de Tobe Hooper–, un análisis estrictamente desvinculado de esa supuesta importancia histórica y del poso de influencia del que pudieron haber bebido algunos de sus colegas de generación, marcando un nuevo camino por el que transitar, define muy bien lo que es verdaderamente su cine, especialmente durante los primeros años de su carrera: un intento de contundencia huérfana de cualquier estilización, donde la tosquedad plástica y la desfachatez argumental se adentran peligrosamente en el terreno de la chapuza. Formalmente las hechuras de su cine evolucionaron hasta convertirse en productos dignos (dentro de un orden), plenamente integrados en los estándares de la industria hollywoodiense de género; lo cual dicho así tampoco significa necesariamente nada bueno. Otra cosa pasó con su talento, que más bien se viene mostrando escaso durante toda su filmografía.
Muy emparentada argumentalmente con la cinta de Hooper, la misma línea que inició con “La última casa a la izquierda” sigue Craven con “Las colinas tienen ojos” (The Hills Have Eyes, 1977), aunque disminuye la aspereza de su factura –que aun es mucha– y suaviza la crudeza de las imágenes, que en ninguno de los casos es tanta como pudiera suponerse según se le atribuye a menudo en algunos textos. Si en “La última casa a la izquierda” unos criminales fugados se entretenían haciéndoselas pasar canutas a un par de chicas, vengadas posteriormente por los padres de una de ellas, aquí el argumento se centra en el acoso que sufre una familia típica americana en viaje de vacaciones a manos de unos paletos salvajes y caníbales. Tanto en una como en otra Craven certifica su falta de sutilidad y su incapacidad para explotar y explorar conceptos y paisajes bien suculentos sobre el papel. Como ejemplo bien flagrante está el desaprovechamiento del desierto como escenario natural propicio para la angustia y el desasosiego, al que otras cintas posteriores, y algunas anteriores, se han ocupado de sacar mejor partido –se me ocurre pensar en ese Nuevo México infestado de hormigas gigantes de “La humanidad en peligro” (Them!, 1954), de Gordon Douglas, o en esa zona prohibida de “El planeta de los simios” (Planet of the Apes, 1968), de Franklin J. Schaffner, por no hablar, sin ir más lejos, de la mismísima “La matanza de Texas”–.
Quizás un análisis acertado de esta película debiera centrarse más en lo que no consigue, fruto de sus principales carencias –diversas y profundas–, que en lo que sí consigue. En el caso que nos ocupa, además, a modo de segunda oportunidad para las buenas posibilidades de la historia que Craven nos cuenta y que en cierto modo él no supo poner en valor, está el más que lustroso y eficaz remake que Alexandre Aja realizó en 2006 con el mismo título. Pese a esto, tampoco hay que olvidar que los parámetros y contextos que ven nacer a cada una de estas cintas son bien diferentes, jugando el director francés con ventaja desde el momento en que se beneficia de la perspectiva histórica y se nutre de la trascendencia que Craven con seguridad nunca soñó que tendría su película.
El montaje de Craven en “Las colinas tienen ojos” es basto como él solo, la inventiva visual tras la cámara es nula, y no puede encontrarse el más mínimo atisbo de intención de crear atmósfera alguna ni de un genio creativo preexistente que anticipara un hipotético desarrollo posterior calificable de valioso o mínimamente estimable. Al menos no repite el error de insertar estúpidos parches con pretendida finalidad cómica como había hecho en la previa “La última casa a la izquierda” –todo lo referente a la pareja de policías–, que destrozaron cualquier intento (si lo hubo) de constituir un tono equilibrado y centrado. “Las colinas tienen ojos” evoluciona a mejor en ese sentido, pero pierde la partida cuando desaprovecha ideas implícitas en la historia que deja demasiado de lado como para que adquieran el empaque más enriquecedor que sí hubieran tenido de haberse empleado Craven con más decisión en resaltarlas con los recursos que específicamente ofrece el cine. Hablo de la crítica o cuestionamiento de las armas nucleares y sus consecuencias –que parecen ser el origen de la familia de tarados caníbales–, del relativo aislamiento cultural del americano prototípico de los entornos rurales (ese tan trillado concepto de la “América Profunda”), del desprecio del urbanita por el potencial agresivo de la naturaleza, de un modelo de familia tradicional de férrea estructura jerárquica (llevada a su extremo con papa Júpiter –el patriarca de los tarados– y sus retoños), e incluso de la falsa estabilidad y coherencia del “American way of life”. Es cierto que todo ello está presente en la cinta de Craven de uno u otro modo, pero la laxitud empleada y el absolutamente inerte sentido de la sugerencia malogran el conjunto desde un punto de vista intelectual; y es que ese no es el objetivo que Craven busca en su cine. Desde ese mismo punto de vista, Craven no se muestra eficaz a la hora de presentar a Júpiter y Cía. como un recurso subversivo con el que atacar los fundamentos y convencionalismos sociales, culturales e incluso religiosos de América; donde la cosa da para mucho.
Una película como “2000 maniacos” (Two Thousand Maniacs!, 1964), de Herschell Gordon Lewis, inauguraba una temática bien aprovechada por el cine años después, precisamente a partir de las cintas de Hooper y Craven, también con un buen representante en “La violencia del sexo” (Day of the Woman/ I Spit on Your Grave, 1978), de Meir Zarchi. En todas ellas, de alguna manera, los urbanitas prepotentes y orgullosos se las veían con los animalizados habitantes del submundo rural; no sin que dicha temática pasara también por un cine menos independiente, en su faceta más audaz, como el que representan “Perros de paja” (Straw Dogs, 1971), de Sam Peckinpah, y la por momentos perturbadora “Defensa” (Deliverance, 1972), de John Boorman, producidas antes que otras más integradas en el ámbito genérico, como son los films de Hooper y Craven. Sin conocer esa cronología pudiera suponerse que las películas de Peckinpah y Boorman no fueran más que el reflejo tardío en el cine comercial de antecedentes más indómitos, como muchas veces ha sucedido en la historia del cinematógrafo, donde los orígenes de muchas películas amparadas por los grandes estudios bebían de cintas menos difundidas y mucho más modestas que antes ya habían abierto brecha. Nada de eso hay si intentamos relacionar “Perros de paja” y “Defensa” con “La matanza de Texas” y “Las colinas tienen ojos” (recordemos, de 1974 y 1977 respectivamente estas últimas); con todo lo extraño que parece, lo que de alguna manera resta originalidad a la supuesta subversión e iniciativa de esos aparentes precursores del cine de terror, que sí lo son –sobre todo en el caso de Hooper– en cuanto a lo que significan como renovación de las formas –en buena medida obligada por las limitaciones presupuestarias y la frescura que aporta la inexperiencia– y el alejamiento de los caminos de ese otro cine más elaborado, estandarizado e industrial, con toda la libertad creativa que eso supone.
Como ya he apuntado antes, pasadas ya unas cuantas décadas desde su producción, la perspectiva nos ayuda a reconocer que el supuesto desasosiego y brutalidad que se imputa a “Las colinas tienen ojos” no es tal. En “La matanza de Texas” de Hooper toda la violencia ocurre fuera de plano, y ni una sola gota de sangre se representa en pantalla; aun así el desasosiego es cierto. Aquí, en cambio, no existe capacidad para esa eficaz recreación conceptual de la violencia, pues los métodos de los salvajes criminales son más bien convencionales (un cuchillo, una pistola) y no se sabe emplear recursos que sean capaces de aportar malestar a través de las imágenes. Incluso podría decirse que Craven reduce púdicamente su intención de mostrarse cruento respecto a lo visto en “La última casa a la izquierda”. Su etiqueta de “película de culto” es merecida, no cabe duda, y no podemos tildarla en ningún caso de aburrida, sí de muy irregular, pero eso no da bula para dejar de destacar como se merece su falta de calidad en muchos sentidos.
Sí se consigue al menos crear un icono para el género, como es el Pluto interpretado por el actor Michael Berryman, cuyo extraño aspecto consecuencia de una rara enfermedad le ha brindado una larga carrera en papeles secundarios “de carácter” que con seguridad le debe casi todo a la película de Craven. El resto de la familia de anormales está caracterizado casi rayando la parodia, por lo que se pierde potencial en cuanto a convertirlos en verdaderos monstruos terroríficos.
Craven repetiría la experiencia con una tardía secuela, “Las colinas tienen ojos, 2ª parte” (The Hills Have Eyes, Part 2, 1985), justo después de la exitosa “Pesadilla en Elm Street” (A Nightmare on Elm Street, 1984), donde Craven ya exhibe una mejor factura técnica, dentro de esas limitaciones de su talento a las que ya he hecho referencia, pero donde se entrega a una historia reiterativa, tomada al asalto por todos esos lugares comunes habituales en el cine de terror más convencional, y donde ya pone las bases de ese cine para teenagers poco exigentes entregados a una despreocupada tarde de sábado que explotaría con la saga iniciada por “Scream: vigila quién llama” (Scream, 1996), donde ya encuentra cierto equilibrio en sus postulados y certifica el punto de vista desde el que accede al cine de terror; esto es, desde un cierto respeto, pero siempre entendiendo el terror como un género vinculado sobremanera al puro entretenimiento, como una diversión en el sentido más lúdico de la palabra, no escaso de humor, sin ánimo de trascendencia ni de servir de coartada para hablar de temas serios o más importantes que lo que supone pasar un rato divertido dentro de una sala oscura, acompañado de los amigos, unos refrescos y un buen saco de palomitas. El cine más reciente, ausente de ideas, también aprovechó para versionar esta segunda parte de la historia con “El retorno de los malditos” (The Hills Have Eyes 2, 2007), dirigida por Martin Weisz, quien ya había tocado el tema del canibalismo, basado en hechos reales y con connotaciones sexuales, en la película alemana “Rohtenburg” (2006).
(Originalmente publicado en la revista "SCIFIWORLD MAGAZINE", en la seccíon denominada "La máquina del tiempo")
viernes, 28 de diciembre de 2012
PEDRO ALMODOVAR prepara una nueva versión de DRÁCULA
La agencia de prensa que colabora con el afamado director manchego acaba de hacer pública la noticia de que Pedro se dispone a iniciar una nueva versión del clásico de Bram Stoker. Dada la buena acogida que tiene su cine en el mercado norteamericano el elenco tendrá un carácter muy internacional y desmitificador. Parece que entre los candidatos al rol protagonista se barajan los nombres de David Hasselhoff o John Travolta. El papel de Van Helsing pudiera ser para Chuck Norris o Steven Seagal. Mina Harker está practicamente asignado a la cantante y actriz Madonna. Las mayores dudas están en lo que se refiere al papel de Jonathan Harker, pero los rumores apuntan a figuras como Nicolas Cage o Christopher Lambert. Un equipo destinado por el cineasta está buscando localizaciones en Los Cárpatos, aunque no se descarta la madrileña zona de Navacerrada o Sierra Nevada.
Sin duda se trata de una nueva versión que promete cierta heterodoxia respecto al mito. Estaremos atentos a las novedades.
(Bueno, ya a toro pasado, por si alguno no se ha dado cuenta -no me vaya a demandar alguien-, esto era la inocentada de rigor del día 28/12/12).
lunes, 24 de diciembre de 2012
JAVIER G. ROMERO HABLA DE BOLSILIBRO & CINEMA BIS
Siguiendo con la difusión que merece el libro coordinado por Javier G. Romero, BOLSILIBRO & CINEMA BIS, copio el enlace de la entrevista que le dedicó La Abadía de Berzano; ejemplo éste de inteligencia tanto en entrevistador como entrevistado; mi enhorabuena a ambos:
JAVIER G. ROMERO (BOLSILIBRO & CINEMA BIS)
JAVIER G. ROMERO (BOLSILIBRO & CINEMA BIS)
domingo, 23 de diciembre de 2012
"BOLSILIBRO & CINEMA BIS", otra imprescindible aportación de Javier G. Romero
Dentro del contexto que ofrece el certamen / festival / festivalito/ semana / ciclo cinematográfico gijonense (aceptese el que a cada uno más le apetezca) "Peor...¡Imposible!", dirigido por Jesús Parrado, y que ya va por su XIV edición, Javier G. Romero -hombre imprescindible en el pasado, presente y futuro de la bibliografía especializada en el cine de género- coordina el segundo volumen de lo que se pretende sea una colección de libros que sirvan de complemento a esa cita que Gijón ofrece a los aficionados. Una costumbre -la de la edición de libros dentro del marco de un festival de cine- muy de agradecer y que ya es habitual en los casos de Sitges y Donosti (los dos Donostis), aunque la crisis haya provocado que este mismo año 2012 que ya termina haya dejado a la Semana del Terror Donostiarra sin su siempre extraordinaria aportación bibliográfica, donde no pocas veces nuestro querido Javier G. Romero ha participado en menor o mayor medida.
En el caso del trabajo que nos ocupa, Romero y sus colaboradores (apartado en el que hay nuevas aportaciones de interés, como el siempre original Adrián Sanchez) tratan de dibujar el paisaje en que se circunscribe la relación existente entre la novelita popular (los aquí llamados "bolsilibros", semejantes en su espíritu y parámetros artísticos e industriales a los "pulps" de toda la vida) y el cine de género; disciplinas íntimamente unidas y que a lo largo del tiempo han conocido una relación bien fructífera.
El amigo Javier G. Romero junto a una de sus últimas creaciones, la "Antología del cine
Fantástico Italiano", último Quatermass, y, como el resto de los anteriores, pieza
imprescindible en las estanterias de cualquier aficionado al cine fantástico.
Este "BOLSILIBRO & CINEMA BIS" -cuyo formato además recuerda mucho a los pulps que trata de reverenciar- se convierte de ese modo en una antología única para conocer, introducirse y finalmente entender esa particular parcela del cine europeo que tanto debe a la novela popular y que tanto peso tuvo en las décadas de los sesenta y setenta; períodos increíblemente importantes en cuanto a lo que al verdadero cine de género se refiere.
Esperando el próximo QUATERMASS (cuya temática y fecha de aparición Javier lleva muy en secreto), disfrutemos de momento con esta última iniciativa, esperado que la colección iniciada dentro de ese "Peor...¡Imposible!" de muchos más volúmenes que colocar en nuestras siempre necesitadas bibliotecas.
Juan Andrés Pedrero Santos
domingo, 11 de noviembre de 2012
"SCIFIWORLD MAGAZINE" Nº 56, DICIEMBRE 2012
Navidad, aciaga navidadddddd.....Pues nada, que este año 2012 ya llega a su final. Un final que no puede ser más propicio para perderse en la fantasía y olvidar la realidad tan horrible que todo el país está viviendo. Y para eso SCIFIWORLD MAGAZINE pone su granito de arena.
Mi contribución a este número, como siempre en la sección denominada "La máquina del tiempo", se centra en una interesantísima película, de esas que muchos consideran de culto, pero muy alejada de los estándares a los que los aficionados están acostumbrados: LA POSESIÓN (POSSESSION, 1981) de Andrzej Zulawski.
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