Como está claro que la última película de la particular saga zombi de George A. Romero no va a pasar nunca por nuestras pantallas en salas de estreno -esperemos que sí aparezca en dvd- vamos a comenzar a reivindicar de alguna manera su pronta edición en ese medio. Nuestras videotecas tienen que ir completándose, qué le vamos a hacer. Esta reseña que escribí sobre lo último de Romero se publicó originalmente en el número 20 (noviembre de 2009) de la revista SCIFIWORLD MAGAZINE.
Si “Diary of the Dead” (2007) sorprendía por renovar la franquicia creada por Romero desde “La noche de los muertos vivientes”, suponiendo así un nuevo comienzo, esta nueva entrega sorprende por motivos bien diferentes. En primer lugar el empaque formal del conjunto delata una considerable falta de medios, incluso respecto a la previa, donde ya quedaba patente una escasez presupuestaria que recordaba a los tiempos de la película inaugural de la saga. Esa carencia se deja ver especialmente en la sencillez de la puesta en escena y en el acabado de su fotografía. Por otro lado, si Romero siempre criticó cierta rotura de la ortodoxia zombi por parte de los más modernos exponentes del subgénero ya desde “Amanecer de los muertos” (Dawn of the Dead, 2004) de Zack Snyder –con aquel ya famoso “los zombis no pueden correr”–, el creador del zombi antropófago escupe hacia arriba y el resultado es lógicamente el esperado: ¡los zombis montan a caballo¡. Esa sola circunstancia es ya toda una declaración de intenciones respecto a la visión de Romero de esta, hasta el momento, última entrega de su saga más particular. A su edad ya parece estar de vuelta de todo y no le importa contradecirse a sí mismo en algo que en los últimos años había defendido a muerte –de acuerdo, algo trivial y medio en broma medio en serio–. Con relación a ese no tomarse en serio se vincula igualmente el sentido del humor subyacente en la forma de liquidar a alguno de los zombis, más propia de cualquier subproducto exploit que de una cinta a la que se le supone cierto pedigrí.
Sí se aporta una novedad argumental que no deja de ser curiosa. La estructura fundamental del relato es de la un western. Argumento que deja la presencia de los zombis en poco más que una anécdota decorativa que en otra cosa; mucho más que en las anteriores entregas, donde siempre se jugó con un substrato de pretendida crítica social. Los zombis ya no son tanto una amenaza como un elemento más del paisaje. Se trata de un western donde dos clanes enfrentan sus posturas, donde intentan dirimir la duda sobre si hay que terminar con los zombis pertenecientes a la familia o si es necesario mantenerlos a buen recaudo hasta la llegada de una posible “cura”. Conflicto que podía haber tenido como detonador cualquier otra excusa, ya fuera la propiedad de unos terrenos donde hacer pastar al ganado o cualquier disputa familiar provocada por la unión sentimental frustrada de personajes procedentes de los dos clanes, por ejemplo. Así, caballos, rifles, sombreros de ala ancha, guardapolvos, estructuras patriarcales y disputas familiares se dan cita en este western post-apocalíptico que termina con un duelo no “al sol” sino, como no podía ser de otra manera, “bajo la luz de la luna llena”. Un conflicto que parece querer extenderse a estamentos más amplios que el existente entre sencillos núcleos familiares, pero que no acaba de cuajar en ese aspecto. Estas líneas argumentales, que podían haber estado más desarrolladas y sobre las que podían haberse vinculado alegorías más potentes, quedan finalmente resueltas con poca convicción, lo que hace que esta sea la entrega de zombis romerianos más ligerita de todas; quizás el inicio del fin.
Ver como son defraudadas las expectativas que todos habíamos depositado en ella quizás sea su principal problema. Pero ¿es nuestro problema o un verdadero problema intrínseco de la película?
Sí se aporta una novedad argumental que no deja de ser curiosa. La estructura fundamental del relato es de la un western. Argumento que deja la presencia de los zombis en poco más que una anécdota decorativa que en otra cosa; mucho más que en las anteriores entregas, donde siempre se jugó con un substrato de pretendida crítica social. Los zombis ya no son tanto una amenaza como un elemento más del paisaje. Se trata de un western donde dos clanes enfrentan sus posturas, donde intentan dirimir la duda sobre si hay que terminar con los zombis pertenecientes a la familia o si es necesario mantenerlos a buen recaudo hasta la llegada de una posible “cura”. Conflicto que podía haber tenido como detonador cualquier otra excusa, ya fuera la propiedad de unos terrenos donde hacer pastar al ganado o cualquier disputa familiar provocada por la unión sentimental frustrada de personajes procedentes de los dos clanes, por ejemplo. Así, caballos, rifles, sombreros de ala ancha, guardapolvos, estructuras patriarcales y disputas familiares se dan cita en este western post-apocalíptico que termina con un duelo no “al sol” sino, como no podía ser de otra manera, “bajo la luz de la luna llena”. Un conflicto que parece querer extenderse a estamentos más amplios que el existente entre sencillos núcleos familiares, pero que no acaba de cuajar en ese aspecto. Estas líneas argumentales, que podían haber estado más desarrolladas y sobre las que podían haberse vinculado alegorías más potentes, quedan finalmente resueltas con poca convicción, lo que hace que esta sea la entrega de zombis romerianos más ligerita de todas; quizás el inicio del fin.
Ver como son defraudadas las expectativas que todos habíamos depositado en ella quizás sea su principal problema. Pero ¿es nuestro problema o un verdadero problema intrínseco de la película?
Juan Andrés Pedrero Santos
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