Pudiera juzgarse como una incoherencia incluir en la presente sección (ver nota 1 al final) –cuyo título revela de manera cristalina su objetivo– una película que poco menos que inaugura el género terrorífico del siglo XXI. La incongruencia no es tal si se entiende la función de estas páginas como la de dedicar un merecido recuerdo a películas que, hoy por hoy, tienen bien adquirido un cierto reconocimiento, ya sea como clásicos ya sea simplemente como curiosidades; atributos estos independientes de su edad. “Jeepers Creepers”, pese a su aparente juventud, se encuadra bien en este contexto. Los clásicos –fuera de su interpretación más académica y dentro de la más absoluta subjetividad (la mía)– no se definen únicamente por su antigüedad o por sus formas, sino también por la esencial virtud de su trascendencia respecto al panorama general en el que se ven inmersos; es por ello que, en muchos casos, nacen ya como tales el mismo día de su estreno.
Producida por la compañía American Zoetrope, la productora de Francis Ford Coppola, al igual que su inferior y más obvia secuela, “Jeepers Creepers 2” (Jeepers Creepers 2, 2003) que también dirigió Victor Salva, parece que pronto tendrá una tardía tercera parte, aunque todo quede aun en el terreno de la rumorología.
Pese a que el argumento de “Jeepers Creepers” –tal cual– corra el riesgo de ser visto como un “más de lo mismo” de aquello que durante años nos ha venido mostrando el género (esto es, la historia de unos muchachitos perseguidos por un monstruo y/o asesino en serie que les da caza), su originalidad reside en no seguir esquemas (sobre todo formales) trazados de antemano, y en no caer en el fácil recurso de resortes demasiado manoseados o, al menos, de disimularlo muy bien. El constante sentimiento de inquietud que invade al espectador durante todo su metraje –que termina convirtiéndose en una experiencia muy íntima y extraña para éste– se consigue a través de una puesta en escena que nos mantiene sumidos permanentemente en el punto de vista de los sufridos hermanos; único lugar desde donde vivir el relato, sin más información que la que ellos mismos van recibiendo; que nunca es mucha. Esto, junto a los continuos giros inesperados por los que transcurren los acontecimientos, que a costa de parecer delirantes aportan un aura indescifrable e insólito a la historia, la asunción de una planificación estática como gramática predominante, que no abusa del montaje ni deja hueco para las brusquedades de los movimientos de cámara y que se apoya en la fuerza de una fotografía de intenciones muy concretas –tenebrosa o lumínica, según la ocasión, pero siempre desasosegante– son los elementos conceptuales y formales que dan un empaque muy característico a la película.
Esta originalidad mentada no menoscaba la condición que defiende “Jeepers Creepers” sobre sí misma de conformarse como una sucesión de alusiones constantes a otras ilustres compañeras de género; aunque aquí no esté de más darles la calificación más específica de “evocaciones”. Sorprende que esta particularidad venza la –sobre el papel– alta probabilidad de que esas “evocaciones” fueran percibidas como todo un muestrario de déjà-vu(s); muy al contrario, sólo consiguen resonar como sibilinas incursiones en el subconsciente del espectador, como la mezcolanza de las más variopintas referencias dispuestas en un segundo término.
En el mismo inicio se nos presenta a los dos hermanos protagonistas (chico y chica) gracias a una extensa aunque trivial conversación en el interior del vehículo en el que viajan. Este pasaje inicial nos sirve para tomar conocimiento de los personajes principales, de la relación (fraternal) tan íntima entre ambos y como único momento de relajación previo a la tensión sin freno que está por venir. Así, el inicial (que no iniciático, más bien todo lo contrario) viaje en automóvil de los dos hermanos, acosados por un tenebroso y achatarrado camión, en un contexto paisajístico minimalista de verdes e infinitas praderas, atravesadas por una única carretera que parece llevar a todos los sitios –esquematismo geográfico que añade un aire onírico (más bien de pesadilla)–, bien puede tener su correspondencia en las recurrentes e incansables persecuciones entre El Coyote y Correcaminos de los dibujos de la Warner o de “El diablo sobre ruedas” (Duel, 1971) de Steven Spielberg. Precisamente existe un corto animado de Warner, producido en 1939, con el mismo título y con el cerdito Porky como protagonista de una historia de fantasmas. La imagen de los cuervos que pueblan por decenas la vieja iglesia bajo la que se encuentra la “casa del dolor” trae a la cabeza “Los pájaros” (The Birds, 1963) de Hitchcock, presencia que reclama a voces la existencia de algún significado oculto sin desvelar; ni falta que le hace. Por otro lado, la entrada angustiada de la pareja de hermanos en el bar de carretera repleto de parroquianos asombrados y recelosos podría ser un alter ego de la recurrente escena propia de las películas de vampiros de la Hammer, aquella en la que los protagonistas acuden ansiosos a la taberna del villorrio de turno para solicitar algo de ayuda, que nunca reciben. La escena de la comisaria, con su angulosa iluminación, evoca “Asalto a la comisaría del distrito 13” (Assault on Precinct 13, 1976) de John Carpenter, donde se incorporaban al thriller elementos fantasmagóricos que aquí terminan siendo más que justificados. Dentro de este mismo pasaje encontramos el momento en que varios presos devienen en aterrorizados testigos del ataque que está sufriendo su compañero de la celda contigua, tal cual le sucedía a los perros esquimales que presenciaban –arrinconados en su jaula– cómo uno de sus congéneres caninos era “poseído” por la criatura protagonista de “La Cosa” (The Thing, 1982), otra vez del maestro Carpenter. El plano tan naif (por sobado) en que “The Creeper” vuela asido a su víctima, con la luna llena como fondo, está todo él apropiado de la más tópica iconografía vampírica. Y como referencia más moderna tenemos la escena final, donde vemos a esa misma criatura, de espaldas y con las alas recogidas, trajinando quien sabe con qué materiales de origen humano dentro de un entorno herrumbroso, húmedo y oscuro, como si del “Buffalo Bill” de “El silencio de los corderos” (The Silence of the Lambs, 1991) de Jonathan Demme se tratara.
El conjunto de todas estas referencias, lejos de convertirse en homenajes (mucho menos en plagios), se mantiene invisible y escondido, no haciéndose evidente hasta el momento de un análisis más profundo; no estamos ni mucho menos ante un caso flagrante y desvergonzado (pero entretenido) como el de “Doomsday: el día del juicio” (Doomsday, 2008) de Neil Marshall. Fue Pauline Kael (la ilustre crítica de cine de “The New Yorker” durante más de dos décadas) quien dijo que no sabía exactamente qué pensaba de una película hasta que no terminaba de escribir sobre ella. Es en ese nivel de análisis en el que se revelan estas referencias, nunca mostrándose como evidentes en una mirada superficial; logro de incuestionable mérito.
El resultado obtenido por Victor Salva hace que nos encontremos ante una de las películas más desasosegantes de los últimos años; al menos hasta la llegada de otras más recientes como “The Descent” (The Descent, 2005) de Neil Marshall, o la extraordinaria e inteligente “La niebla, de Stephen King” (The Mist, 2007) de Frank Darabont.
El origen y las motivaciones del monstruo nunca son aclarados más allá de lo que parece parte de una leyenda de atávicos orígenes. Cada veintitrés primaveras el monstruo reaparece para alimentarse –durante veintitrés días– con ciertas partes del cuerpo de sus víctimas. Estas son seleccionadas tras pasar una prueba. La criatura siembra el terror allí por donde pasa, y a partir de ahí “huele el miedo” que irradian los candidatos que le servirán de menú. Es esa percepción la que le lleva a decidir quién será su próximo objetivo. Esa escueta e irracional motivación se une al siempre sugerente contexto rural (la tan manida pero incansable América Profunda), a la caracterización del terrible y cochambroso camión en el que viaja la criatura como un personaje en sí mismo (dotado de una potencia mecánica como venida de otro mundo, además), y a una banda sonora (eficacísima) que tiene la particularidad de “sobreactuar” sin molestar, de sentirse como algo que queda por encima de las imágenes que trata de (y consigue) ilustrar; y no me refiero a las diversas canciones que suenan en la película sino al score compuesto para la ocasión. Esas viejas canciones de los años treinta (como “Jeepers Creepers”, que también es banda sonora del corto animado citado, y "Hush Hush Here Comes the Bogey Man", entre otras) parecen relacionar la existencia de la criatura con primigenios antecedentes dentro de un contexto genuinamente americano, acariciando el mismo hálito siniestro que la literatura lovecraftiana supo inspirar respecto al Nuevo Continente, poseedor de sus propias leyendas ancestrales.
El miedo que “Jeepers Creepers” consigue meternos en el cuerpo procede más de aquello que no se ve que de lo poco que muestra. Existe una obcecada determinación por mantener en off los pasajes más cruentos. Véase la escaramuza en el interior de la comisaría (donde fugazmente aparece el actor que da vida al monstruo, Jonathan Breck, haciendo el papel de uno de los policías), cuyos detalles tan sólo imaginamos; o los diversos ataques o consecuencias de los mismos que nunca son mostrados de una manera frontal, eludiéndose los pormenores escabrosos sin que ello nos ahorre intuirlos como horripilantes. Victor Salva también juega al despiste –para el caso como si se tratara de un Mac Guffin– introduciendo personajes secundarios cuya sola visión despierta la sospecha sin más motivación que la de su físico inquietante; ahí están la anciana de los gatos y el policía que termina perdiendo la cabeza (literalmente). Más que estimulante es el diseño de la criatura que, a medida que avanza la trama y vamos descubriendo su verdadera morfología, hace que las sensaciones del espectador ante su visión transcurran por diferentes registros, reconociendo en su aspecto diversas categorías de monstruos, desde el “vulgar” asesino en serie, pasando por un ser alado que pudiera haber salido de la pluma de Lovecraft y terminando en la posibilidad de entenderlo como un ser venido de otro planeta; variedad muy en la línea con el estupor generalizado y desarmante que provoca la visión de la película.
Nota 1: se alude a la sección de la revista SCIFIWORLD MAGAZINE donde se publícó originalmente este artículo, "La máquina del tiempo", cuya misión es hablar sobre películas ya con algo de solera y especialmente valorables.
Nota 1: se alude a la sección de la revista SCIFIWORLD MAGAZINE donde se publícó originalmente este artículo, "La máquina del tiempo", cuya misión es hablar sobre películas ya con algo de solera y especialmente valorables.
Juan Andrés Pedrero Santos
Publicado originalmente en la sección "La máquina del tiempo" de la revista SCIFIWORLD MAGAZINE
"Jeepers Creepers" es sin duda un filme interesante, que si bien tiene sus carencias y sus fallas, la película vale la pena. Sus personajes están bien trazados y bien actuados, y tiene un nivel de tensión que funciona bastante bien, lástima que la secuela estuvo my mediocre.
ResponderEliminar¡Saludos!