Un blog de Juan Andrés Pedrero Santos donde hablar sobre cine y otras cosas.
jueves, 9 de junio de 2016
martes, 24 de mayo de 2016
"OBSESIÓN CONTINUA", nuevo fanzine dedicado al cine de género.
Nos complace anunciar que ya se encuentra disponible el primer
número de “Obsesión continua”, nuevo fanzine dedicado al cine de
género. En él podréis encontrar una entrevista a Yolanda Ventura, una de
las fichas de la entrañable banda infantil Parchís; a Silvia Collatina,
la niña que participó en la emblemática "Aquella casa al lado del
cementerio" de Lucio Fulci; o al horror host Dr. Gangrene. También
repasaremos la saga producida por Golan y Globus "Polo de Limón", así
como la trilogía sobre Fantomas protagonizada por Louis de Funès; nos
zambulliremos en algunos “clásicos ocultos” como "La centinela" de
Michael Winner, joyas de la serie B como "Criaturas asesinas" o títulos
poco conocidos como la cinta de animación "Grand Prix en la montaña de
los inventos" o el telefilm "Moonshine Highway".
Por otra parte, se inicia un recorrido por el cine italiano de
caníbales con una primera entrega que a modo de introducción enumerará
las principales características y lugares comunes de este subgénero.
Arranca esta primera edición con una tirada inicial de cien copias
numeradas a mano. Y aunque "Obsesión continua" contará con una pequeña
distribución en tiendas (ya tenemos confirmada su venta en Madrid, en la
tienda "VGV" situada en la Plaza del Campillo del Mundo Nuevo nº 8,
esquina c/ Arganzuela), os podréis hacer también con él por 4 euros más
gastos de envío (según tarifa nacional de correos: 2,10 € ordinario, y
4,67 € certificado), solicitándolo a nuestro email:
obsesioncontinua@gmail.com
miércoles, 30 de marzo de 2016
"TODO EL CINEZOMBI", IG EDITORES
Ha sido un honor para mí participar en este volumen de jugosos y acreditados textos que desmenuzan la historia del subgénero en una edición lujosa, de diseño valiente, en tapa dura y mucho color. Entre los autores varios amigos y todos dignos de tamaña empresa:Javier Memba, Fernando Rodriguez Tapia, Diego Morán, yo mismo (Juán Andrés Pedrero
Santos), Javier G. Romero, Enrique Partal, José Manuel Serrano Cueto, Marc Vidal, Dioni
Arroyo o Gerard Fernández.
martes, 22 de marzo de 2016
sábado, 27 de febrero de 2016
martes, 16 de febrero de 2016
"LA SEMANA DEL ASESINO" (1972, ELOY DE LA IGLESIA)
El
guipuzcoano Eloy de la Iglesia debe su relativa popularidad a haberse
convertido, junto a José Antonio de la Loma, en uno de los popes de ese subgénero
tan castizo como fue el llamado “cine quinqui”; reflejo de las muchas
contradicciones y fracasos de una sociedad capitalista capaz de expulsar de su
seno a aquellos que, como consecuencia del propio devenir disfuncional del
sistema, se ven convertidos en parias, en individuos marginales a quienes únicamente
se les reconoce el derecho a comportarse o bien como carroñeros, que subsisten
con los despojos que se les ceden, o bien como aves de rapiña, cuando optan por
el enfrentamiento directo contra una superestructura social que se empeña en
destruir el frágil andamiaje de sus vidas. Películas como Navajeros (1980), Colegas
(1982) y sobre todo El pico (1983) y El pico II (1984) significaron la
particular aportación de De la Iglesia, su personal visión, a esa recreación de
los desheredados del lumpemproletariado, residentes en los barrios periféricos
de Madrid y Barcelona, tan de moda durante unos años en los que hacía estragos
la adicción a la heroína y donde la inseguridad ciudadana estaba más cerca de
la realidad que del mito. Ambos fenómenos eran sufridos por los habitantes de esas
dos grandes ciudades españolas muy especialmente, aunque, si no se quiere pecar
de provincianismo, es justo reconocer que tal epidemia existió en cualquier
zona industrializada (o en vías de desindustrialización) de España, asfixiadas
como estuvieron durante los años ochenta por esos pequeños pero
desestabilizadores golpes –tanto delictivos como emocionales, en el caso de las
familias que tuvieron la bicha en casa– perpetrados por quienes buscaban
desesperadamente una oportunidad de desprenderse de ese mono que les impedía
seguir huyendo hacia adelante.
Claves
esenciales de las citadas cintas, como de tantas otras películas de De la
Iglesia, son la serie de elementos diferenciadores, tan próximos a su propia
personalidad, que sirven incluso para definirle como individuo. Es el caso del recurrente
trasfondo homosexual, siempre obstinado en su carácter perturbador y malsano –la
deriva está siempre en el entorno de la perversión, no en un lugar que ofrezca la
visión más natural del asunto–, que en cierto modo emparenta al de Zaráuz con
su contemporáneo Pedro Almodóvar, aunque éste opte por introducir un tono más
jovial y subversivo a todas sus propuestas, en cambio cargado de latente
sufrimiento, de gravedad y de atracción hacia el abismo en lo que al vasco se
refiere. Asimismo, a lo anterior hay que añadir la sordidez psicológica y
ambiental, siempre presente, y la invocación a una lucha de clases que no deja
de resultar curiosa –De la Iglesia estuvo afiliado al Partido comunista–,
cuando precisamente el director pertenecía por cuna a un estrato social alejado
de ese inframundo por el que se sentía tan atraído.
La
condición de autor de Eloy de la Iglesia es incuestionable, y La
semana del asesino es, sin duda, una digna obra de su filmografía,
además de ser una de las grandes olvidadas del cine español, un tanto arrinconada
por su truculencia –y no hablo exclusivamente de la física–, pero por ese mismo
motivo tan valorada en círculos con mayor criterio. La escena en que Vicky
Lagos limpia a Parra el vaso de leche derramado en la entrepierna no puede ser
más lascivamente sugerente; el pasaje casi documental de como son ejecutadas,
desangradas y despedazadas vacas y toros por los matarifes del Matadero de
Madrid es tan explícito que asusta; así como excesivo parece el relato de la
muerte de la madre de Marcos, ocurrido en la fábrica de caldos de carne donde
él mismo trabaja y sobre el que no ahorra detalles el actor Valentín Tornos (el
mítico Don Cicuta del programa concurso “Un, dos, tres,... responda otra vez”,
dirigido por Narciso Ibáñez Serrador), oscilando peligrosamente entre el humor
negro y el mal gusto; todos ellos son momentos que por sí solos califican el
tono provocador y rupturista de la película. Atesorando en su interior todas esas
características temáticas y formales que le son propias a su director, éste destaca
aquí en la demostración de alguna de sus más encomiables virtudes; que se perderán
luego, en cierta manera, durante esa parte de su posterior carrera
cinematográfica entregada al lumpen real, no ficticio, donde la premeditada nula
profesionalidad de muchos de los intérpretes protagonistas ocultó la aptitud
del cineasta para la dirección de actores; sí es verdad que en aras de convertir
en atractivo la desarmante naturalidad de José Luis Manzano o José Luis
Fernández “Pirri”, que al igual que esos otros héroes creados por José Antonio
de la Loma, como Ángel Fernández Franco (“El Torete”) o Juan José Moreno Cuenca
(“El Vaquilla”), demostraron un carisma capaz de encandilar a la audiencia, aunque
debido a motivos ajenos a su calidad interpretativa.
El
relato de La semana del asesino sigue una estructura marcada por los abruptos,
inoportunos e innecesarios rótulos que anuncian el día de la semana (lunes,
martes,...), y ya de entrada se inicia mostrando las manos de Marcos esposadas
en el interior de un coche patrulla, anticipándose así un final impuesto por la
entonces todavía operante censura (el que esto escribe ha visto, no obstante,
el montaje que alcanza aproximadamente los 120 minutos, supuestamente el más uncut que existe). La acción se sitúa en
un escenario ya de por sí cargado de tintes metafóricos, cuando vemos como
Marcos, el protagonista, subsiste en una chabola –construida especialmente para
la película en un paraje que hoy es el final de la calle Arturo Soria de
Madrid– cercana a unos bloques de por aquellos días ya modernas viviendas; recordemos
que era el año 1972 y las hoy llamadas ciudades dormitorio cercanas a la
capital –los entonces nuevos barrios que crecían a partir del casco antiguo de
Leganés, Móstoles, Alcorcón, Parla, Fuenlabrada,..– aun no existían con la extensión que tienen ahora,
o en el mejor de los casos estaban casi por estrenar. A pesar de la modestia
casi tercermundista del hogar de Marcos, le vemos hacer una vida de barrio a la
antigua, donde todos se conocen, quizás más de la cuenta, y la taberna es un
lugar de reunión imprescindible para la socialización de esos vecinos de casitas
bajas y encaladas, construidas sobre un terreno apenas urbanizado; en sentido
figurado una sociedad a medio construir o a medio destruir, según se mire. Un entorno
que representa la sociedad más pobre y sórdida. A su vera, como si se tratara
de furúnculos salidos de esa vieja España, se alzan altivos grandes bloques de viviendas
colectivas, edificadas en serie y por lo tanto impersonales en su apariencia
externa, tan diferentes a las irregulares casas de pueblo que conforman el
mundo de Marcos, a quienes las torres de ladrillo parecen acechar con interés
fagocitador. En alguna de esas atalayas de ladrillo visto reside Néstor (un
jovencísimo Eusebio Poncela que ya destilaba esos días la misma personalidad
andrógina, misteriosa y provocadora que caracterizó gran parte de su futura
carrera). Néstor es un niño bien, escritor por afición y rico por su casa de profesión –dice que está escribiendo el guión
de una película y quizás consiga algún día hacer cine, cuando herede–,
cultivado y seductor, que poco a poco construye una cierta amistad con Marcos gracias
a los fugaces reuniones que promueve haciéndose el encontradizo cuando saca a
su perro a pasear –de nombre Trostski, seguro que no por casualidad, recordemos
la afiliación política de Eloy– o acude de recogida a casa a bordo de su
flamante coche deportivo. Los pocos metros de polvoriento descampado que
separan el bloque de ladrillo de la pequeña chabola se configuran como una
tierra de nadie, nexo de unión de dos mundos, que, a la postre, y como polos opuestos
que son, se atraen. No obstante, Néstor opina que ambos son dos tíos raros, dos
desclasados, y eso es lo que les une. Con todo, De la Iglesia demuestra la
capacidad de un paisaje que nos resulta tan cercano –no falta ni el botijo, ni los grises– para dar cabida a un
thriller terrorífico con mucho humor negro; capaz, por otro lado, de adquirir
la categoría de tragedia o crónica negra gracias al drama formal que aporta la
maravillosa y nada formularia banda sonora de Fernando García Morcillo –con una
importancia tan grande como la que tendría luego la música en El
huerto del francés (Jacinto Molina, 1977), cuya escabrosidad y
casticismo la vinculan necesariamente con la cinta de De la Iglesia–.
Cuando
Tobe Hooper aun no había roto el género con La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1974) y el slasher
todavía no había adquirido su condición de denominación de origen, De la
Iglesia sorprende con esta precursora y tremebunda historia, bien conjuntada
con la previa El techo de cristal (1971) y la posterior Nadie oyó gritar (1973)
del mismo director. Protagoniza La semana
del asesino Vicente Parra, magistral y totalmente entregado a una
reinvención profesional de sí mismo tras varios años alejado del cine –dicen
que por su condición homosexual–, similar a la articulada para Carmen Sevilla
en las otras dos cintas citadas, dispuesto Parra como estaba a poner un punto y
final a su encasillada galanura y a empezar desde cero; y de qué manera. Su
primera escena, en calzoncillos, recién levantado y con una pared repleta de
fotos de señoras en paños menores, cual cabina de camionero –el hermano con el que vive, interpretado por
Charly Bravo, es por otra parte miembro de ese gremio–, con sugerida y sudorosa
masturbación incluida, es toda una declaración de intenciones para quien había
interpretado antes a Alfonso XII y a Francisco de Asís. Un intento que, si no
caló entre el gran público, al menos sí demostró la capacidad, el talento y la
intrepidez de un actor valenciano que mereció mejor recepción y mayores éxitos y
reconocimiento en los nuevos tiempos del cine español. Vicente Parra es Marcos,
el empleado de un matadero que vive en una pobre construcción que interrumpe la
esteparia uniformidad de uno de esos típicos descampados periféricos, tan
habituales en los años del desarrollismo, donde soporta, como puede, las
presiones de una novia (Emma Cohen) que ya va viendo con malos ojos la tardanza
de un matrimonio que nunca parece llegar, comenzándose a incomodar por la poca
ambición de Marcos por prosperar –puro trauma capitalista, el estar abocado a
siempre crecer o acumular–, dado su estancamiento en la condición de obrero. Impaciencia
que proyecta en el anhelo de una vida más ordenada, clásica y conforme a unos
cánones asimilados a la normalidad que no tendrá el gusto de disfrutar. Pero
Marcos es un ser marginal, que no un marginado, cuya existencia camina por un
delgado filo del que terminará cayendo, para aterrizar en el lado más cercano a
la locura. Tras la acalorada discusión con un taxista, originada por la visión
del filete con el que la pareja regalaba al conductor a través del espejo
retrovisor, acontece el involuntario asesinato de tan represivo chofer, dándose
así inicio a una sucesión de precozmente truculentas muertes, cuyos frutos en
forma de cuerpos en proceso de descomposición irán acumulándose pestilentemente
en una de las habitaciones de la modestísima morada del protagonista.
La
aparente serenidad de Néstor contrasta con la creciente y desasosegante inquietud
que demuestra Marcos, ya incluso antes de su primer asesinato, bien subrayada
por De la Iglesia con unos muy hitchcockianos
movimientos de cámara en el mismo inicio de la película –aunque algo de
mérito habrá que imputar al operador Raúl Artigot, recientemente fallecido–. En
cambio, hay algo en Marcos que rezuma libertad y rebeldía, mientras que el
aburguesado Néstor parece reprimir unos deseos que el director finalmente delata
cuando su cámara recoge la pícara expresión del rostro del joven al alejarse de
Marcos tras uno de sus aparentemente inocentes acercamientos. La relación entre
ambos se irá estrechando cada vez más, y la sugerencia de una atracción homosexual
latente se torna de todo punto evidente con la escena de la piscina y los flash-backs que en ella tienen origen,
donde Marcos acompaña a Néstor tras la invitación formal que éste le hace para
acudir juntos a tan húmedo establecimiento. Embriagados por unos efluvios
sexuales más que evidentes y un tanto sicodélicos, ambos retozan con
nocturnidad y alevosía en el agua de la piscina, aun manteniendo unas
distancias que sólo el ensoñamiento posterior de Néstor osará sobrepasar. Un
encuentro que servirá como vía de expresión para unos sentimientos que justo antes
de entregarse a la policía Marcos parece haber aceptado; ¿no será ese el colmo
que le lleva a declarar sus crímenes, cuando se siente del todo perdido ante la
nueva sexualidad descubierta, viendo por tanto la necesidad de ponerse fuera de
juego, para evitar males mayores, con ese movimiento autorepresivo que es la
confesión y el seguro posterior internamiento?
El
aburrimiento existencial de Néstor le lleva a otear el horizonte desde su
atalaya armado con unos potentes prismáticos. Es con ellos con los que se
dedica a espiar a Marcos en el interior de su casa, aunque nunca sepamos qué
episodios son verdaderamente los que presencia a través de la rústica claraboya
del techo de la chabola; incertidumbres que hace más grandes con unas alusiones
que no sabemos bien, Marcos tampoco, si son indirectas relativas a lo
presenciado o desafortunadas coincidencias. Aun así, claro está que le atrae
jugar con fuego, y revela a Marcos sus sesiones de voyeur, poniendo en riesgo su vida, quizás sin saberlo, ante la
posibilidad de que el aprendiz de matarife vea peligrar su temporal impunidad. Ese
mismo comportamiento es el que dirige la carrera de Eloy de la Iglesia, cuya
afición por asomarse a entornos sociales extremos que le son ajenos –el
personaje de Néstor es desde este punto de vista un alter ego del propio director– parece demostrar una atracción
enfermiza; quizás una especie de juego con lo prohibido a cuya llamada no se pudo
nunca resistir.
Juan Andrés Pedrero Santos
Publicado originalmente en la revista SCIFIWORLD MAGAZINE
viernes, 15 de enero de 2016
NUEVO CORTO DE JOSÉ MANUEL SERRANO CUETO
SERRANO CUETO RODARÁ UN
CORTOMETRAJE DE MARIONETAS INSPIRADO MUY LIBREMENTE EN "EL EXTRAÑO CASO
DEL DR. JEKYLL Y MR. HYDE"
Uno de los próximos trabajos cinematográficos del escritor y cineasta José Manuel Serrano Cueto será un cortometraje de animación con muppets: "El extraño caso del Dr. Toñito", que producirá la empresa gaditana Puppets Marionetas y contará con las voces de Álex O'Dogherty, Manuel Tallafé y Pedro Casablanc.
Después del largometraje
documental "Contra el tiempo" (2012), nominado al Goya como Mejor
Película Documental, y del popular cortometraje "Pelucas", el
cineasta gaditano dará un giro total en uno de sus próximos trabajos: el
cortometraje de animación con marionetas "El extraño caso del Dr.
Toñito". La historia, inspirada muy libremente en "El extraño caso
del Dr. Jekyll y Mr. Hyde", se desarrolla en Cádiz y en ella tiene mucha
importancia el carnaval gaditano. "El extraño caso del Dr. Toñito"
será un cortometraje de terror cómico, con escenas gore y eróticas, destinado
fundamentalmente a un público adulto. "El extraño caso del Dr.
Toñito", que se encuentra ahora en fase de preproducción, se rodará
íntegramente en Cádiz en abril o mayo, después de que Serrano Cueto termine un
documental sobre Mariano Ozores.
Producido por la empresa
gaditana Puppets Marionetas, "El extraño caso del Dr. Toñito" contará
para los personajes con las voces de los también gaditanos Álex O'Dogherty,
Manuel Tallafé y Ana López Segovia (de Chirigóticas), así como con Pedro
Casablanc como narrador. Además, el cantante y compositor Antonio Martínez
Ares, popular comparsita de la fiesta gaditana, escribirá e interpretará una
canción original.
Para hacer un seguimiento el proyecto:
domingo, 20 de diciembre de 2015
"SEX, SADISM, SPAIN, AND CINEMA. THE SPANISH HORROR FILM"
“Sex, Sadism, Spain, and Cinema.
The Spanish Horror Film”, publicado por la editorial americana Rowman &
Littlefield, obviamente en inglés, tiene la virtud, sobrevenida por su singular
origen, y por lo tanto totalmente involuntaria, de hablar desde la distancia de
una muy concreta parcela del cine de terror: el cine español dedicado al género,
integrado, sobre todo, en el período comprendido entre 1968 y 1977, aunque se
extiende también a la producción previa y a la posterior a esas fechas, lo cual
nos ofrece una muy especial perspectiva, la de alguien de fuera. El distanciamiento que inevitablemente eso provoca lo
convierte en una muy buena forma de dar a conocer al lector foráneo un cine
que, a pesar de su importancia internacional para públicos muy especializados,
no deja de considerarse marginal desde un punto de vista generalista. Más aun
cuando buena parte de la bibliografía cinematográfica del propio país al que
pertenecen todas esas películas, nuestra España, las ha despreciado o, lo que
es peor, ignorado por completo. Dos ejemplos sangrantes: el especialista José
María Latorre, en su imprescindible “El cine fantástico” (Dirigido Por, S.A., Barcelona, 1987), o el
rancio J.M. Caparrós Lera, en su “Historia crítica del cine español (Desde 1897
hasta hoy)” (Editorial Ariel, S.A., Barcelona, 1999) ni siquiera citan alguna
de las películas dedicadas al género en España en los libros relacionados de
los que son autores, lo cual supone, pese a los méritos indiscutibles del libro
de Latorre, cuanto menos, una total injusticia, si no una muy equivocada idea
sobre el sentido y la responsabilidad de la labor crítica e historiográfica.
![]() |
Fotograma de "La noche de Walpurgis" |
También es cierto que el cine de
terror español, especialmente en los últimos tiempos, siempre ha dado pie a
defensas y ataques desaforados, sin (buen) criterio alguno, o en exceso
apasionados, tanto en uno como en otro sentido, no siendo capaces sus exégetas
y detractores de valorar en su justa medida ese objeto de estudio. Es por eso
que debe ser muy bien recibida una aportación con un afán divulgativo tan serio
y riguroso y, si se quiere decir así, académico, escrita por alguien que no
pertenece a nuestra cultura, por mucho que la conozca de primera mano.
Su autor, Nicholas G. Schlegel,
nacido en 1970 en la ciudad estadounidense de Royal Oak (Michigan), aunque
criado en Detroit, pasó largos periodos de su infancia y juventud tanto en las
Islas Canarias como en Madrid debido a los negocios familiares. Actualmente es
profesor en la Wayne State University, de Michigan, donde enseña temas
relacionados con el cine. Su estancia en España le enseño a amar a nuestro país
y a su cine fantástico, ambas cosas desencadenantes del interés por esa parcela
tan concreta de nuestro cinematografía, que culmina en el interesante volumen
al que dedico estas líneas, fruto de una larga y profunda investigación para
alguien que ni vive en España, ni tiene en ella sus raíces, ni tiene el acceso
a su mundo cultural como lo pueda tener un escritor autóctono. Un trabajo que
da una visión del fenómeno muy contextualizada en la historia sociocultural de
la España que era contemporánea a cada una de las cintas sobre las que trata, y
que no dudo en asegurar que pueda haberse convertido en un libro ya
imprescindible para los lectores de habla inglesa que quieran interesarse por
el tema.
![]() |
Nicholas G. Schlegel |
Las 207 páginas de este compacto
y coquetón volumen en tapa dura, de tamaño muy manejable y agradables acabados,
pueden parecer pocas para hablar de un período del cine español que tanto abarca,
y de la que ya comienza a existir buena bibliografía en castellano. Sin
embargo, a pesar de consumir la mayor parte de sus cartuchos en tratar todas
esas cintas ineludibles que aquí algunos conocemos muy bien y que podemos
imaginar cuales son sin hacer el esfuerzo de relacionarlas, Nicholas extiende
su trabajo para conseguir una admirable concisión, concretando sobremanera en
lo fundamental al mismo tiempo que da un repaso puntilloso, exhaustivo y muy
bien documentado de lo que significó el cine objeto de su trabajo; todo sin
perder el norte y sin acabar yéndose por
las ramas. Su enfoque es muy serio y neutro, donde la pasión –que me
consta existe en el corazón del autor– es sustituida por la mejor de las disposiciones
para servir de guía, portavoz y albacea de un cine que ama, sin permitirse el
error de la ofuscación propia del incondicional.
Se incluyen dos prólogos, uno de
Jack Taylor, actor fetiche de nuestro cine en los años a los que más se dedica
el libro, y otro del gran Carlos Aguilar, indiscutible número uno de la
historiografía y la crítica de cine –sobre todo de género– en nuestro país.
Tampoco debe olvidarse el aporte iconográfico –todo en blanco y negro pero de
la mejor calidad– cedido por otro gran espada de la escritura cinematográfica
en España, Javier G. Romero, cuyos ricos archivos de imágenes son bien
conocidos. Para completar y complementar más aun todo lo anterior, el libro
finaliza con apéndice final integrado por una interesante entrevista con el
director Eugenio Martín –Pánico en el
Transiberiano (1972)–, centrada especialmente en descubrir cómo era la
industria del cine de género en España durante la época de la censura. El
volumen se completa con una rigurosa relación de las cintas que nadie debe
perderse para conocer el cine de terror español entre 1966 y 2014, una bibliografía
selecta donde abundan los libros publicados fuera de España y un índice
onomástico, complemento imprescindible que siempre ha de tener este tipo de
libros para facilitar su lectura y uso.
Un ejemplo del interés que
nuestro cine genera allá lejos de nuestras fronteras.
Juan Andrés Pedrero Santos
domingo, 6 de diciembre de 2015
"EL CINE NEGRO 2", de Víctor Arribas (Notorious Ediciones)
Decir que “El cine negro 2”
(Notorious Ediciones, 2015) es un libro ilustrado va más allá de la simple
alusión a la indiscutible calidad del aparato fotográfico con el que se
salpican los textos de Víctor Arribas en este generoso volumen. Lo evidencia el
muy visible trabajo de documentación con el que el autor ha querido
complementar su acicalada redacción –la carrera como periodista de éxito de
Víctor avala con creces ese quehacer–. Los textos nutren su consistencia con
numerosas citas de otros especialistas en el género (destacando los
imprescindibles Javier Coma y Noël Simsolo), así como se valen de potentes
contextualizaciones para introducir cada una de las producciones comentadas,
nada menos que sesenta, que amplían las otras tantas del previo “El cine negro”
(Notorious Ediciones, 2010).
Dicho en el mejor sentido de la
expresión, Arribas desprecia con su posicionamiento estilístico la actual
tendencia de la crítica de cine en cuanto a los modos de acercarse al objeto de
estudio. El periodista y escritor madrileño, por el contrario, siente fidelidad
por una fórmula más clásica, tanto como las películas sobre las que escribe. En
tal sentido, por inusual en estos tiempos que corren, las páginas que
configuran esta segunda incursión en solitario de Arribas en la escritura sobre
cine supone un soplo de aire fresco –valga el aparente contrasentido– como
relevo que quiere ser de estilos ya proscritos para el tipo de escritura que
practican las nuevas generaciones de críticos y comentaristas. Por la
concepción más íntima de sus escritos, no obstante, Víctor parece sentirse más
integrado en el colectivo de “escritores sobre cine” que en el de puros “críticos”,
pues, con todo, las diferencias existen para quien las quiera comprender.
Cinco años han pasado ya desde
que Víctor iniciara su particular homenaje al noir de sus entretelas –uno de los géneros más agradecidos de toda
la historia del cine–, dando ahora continuidad a aquella rigurosa y acertada
selección de películas que ofrecía en su primer volumen, respecto al cual éste
adquiere la condición de secuela; y esperemos que se convierta en saga. Ya
entonces bien podía decirse que eran
todos los que estaban pero no estaban todos los que son. A solventar esa
necesaria e incorregible carencia se entrega “El cine negro 2”, de nuevo de la
mano de Notorious Ediciones y sus siempre cuidadas ediciones, que sirve además
para ampliar la visión del género según Arribas, acompañada en el tiempo con
una necesaria segunda edición de aquel primer libro, que bien merece volver a estar presente en las mesas
de novedades, en su caso con un cambio de cara más acorde con el
envoltorio de estos nuevos textos que ahora se presentan en un segundo
volumen. Quizás se incluye ahora una selección de filmes que podría interpretarse como una
segunda línea de defensa con la que acrecentar la percepción que tendrá el
lector sobre la indudable pasión de Víctor por el género; pero no es del todo
así, pues cintas como Tener y no tener
(To Have and Have Not, 1945, Howard
Hawks), Perversidad (Scarlet Street, 1945, Fritz Lang), Cayo largo (Key Largo, 1948, John Huston), Cara
de ángel (Angel Face, 1953, Otto
Preminger) o Mientras Nueva York duerme
(While the City Sleeps, 1956, Fritz
Lang) parecen títulos que pudiera pensarse debieron tener un lugar meritorio
entre los incluidos en el primer volumen; pero se incluyen en éste, pues, como
insinúa el propio autor en su introducción, la selección fue delicada y siempre
injusta; el noir da para eso y para mucho
más.
Ah¡ eso sí, todas las películas
comentadas están estrictamente recluidas –nunca mejor dicho– entre los márgenes
del cine clásico americano. Por dar ideas: Víctor, ¿qué tal un tercer volumen,
en la misma línea, pero esta vez centrado en ese cine negro español de los años
cincuenta tan desconocido, entre cuyas obras existen algunas que poco o nada
tienen que envidiar a otras con pedigrí hollywoodiense?
Ahí lo dejo..., como se suele decir.
Por poner pegas, en la edición se
echa en falta la utilización de unos pies de foto que sirvan para
contextualizar –aun mejor y más allá de la evidente relación con la película que
se comenta en esas mismas páginas que ilustran– las escenas, actores, actrices
o particularidades que emergen de imágenes de tanta calidad como las que ofrece
este nuevo volumen editado por Guillermo
Balmori y Enrique Alegrete (responsables de Notorious). Tampoco se puede pedir mucho más, ya únicamente queda disfrutarlo
Juan Andrés Pedrero Santos.
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